Qué harían los escandalizables de pitiminí sin los escandalizadores de organdí. Y viceversa, claro, que los unos sin los otros y los otros sin los unos tendrían existencias tristes e inanes de pelotas. Pero qué fiesta, cuando estos y aquellos salen a buscarse y se encuentran. Ahí tienen, por ejemplo, a esa corrala llamada Twitter (y territorios aledaños) practicando el rasgado ritual de vestiduras porque se dice, se cuenta y se rumorea que se ha dictado una orden de detención contra Willy Toledo por haberse cagado en Dios, oh, uh, ah. Luego resulta que no es exactamente así. Simplemente, se le ha aplicado el procedimiento estipulado cuando alguien llamado a declarar (y nada más que a declarar) ante un juzgado por una causa admitida a trámite decide no acudir. Por dos veces, además, en el caso que nos ocupa.
Y sí, por supuesto que me parece un dislate que a estas alturas del calendario, una denuncia por blasfemia de unos meapilas pueda acarrear la apertura de un sumario, pero tampoco me caigo de un guindo. De sobra sé que si el alivio metafórico de esfínteres afectara a Alá o a alguna de las cuestiones intocables (ni me atrevo a escribirlas), la bienpensancia en pleno estaría pidiendo la hoguera para el infeliz que hubiera osado a obrar así.
Va siendo milenio de que la ofensa deje de ir por barrios. O, mejor, de asumir que ante las creencias de los demás, incluso aunque nos resulten incomprensibles y hondamente criticables, debemos observar el mismo respeto que exigimos para las nuestras o para la falta de ellas. Claro que eso nos dejaría sin estas bronquillas de diseño para marcar paquete y pasar el rato.
No sé si viene mucho al caso o si aprovecho que el Pisuerga para por Valladolid (en cuyo caso mis disculpas…no porque el Pisuerga pase por Valladolid…que no es culpa mía sino por desviarme del tema) pero yo estoy estas semanas bastante ojiplático con la que se ha liado a cuenta de un par de chistes de gitanos (y de los normalitos, sin hacer mucha sangre) dentro de un monólogo de humor (y antiguo) de Rober Bodegas.
Lo que me descoloca no es el aluvión de berrinches y amenzas de muerte por parte de la Comunidad Gitana sino por la de gente que se ha sumado a la comprensión de esa indignación de los romanís y a la censura al humorista.
Sí que es lo mismo, Larry. En vez de indignarse porque haya presos políticos en Catalunya y Euskadi (¿qué son, si no, los chicos de Altsasu?), porque la corrupción es norma y no excepción, porque se trafica con la muerte con nuestro dinero y esfuerzo, por tantas y tantas cosas que deberían hacer salir a la calle a la gente decente, nos indignamos por cualquier imbecilidad convenientemente propagada por ese Gran Hermano llamado redes sociales. Lo hacemos circular, ponemos «likes» donde deben ponerse y así acallamos nuestra pequeña conciencia y justificamos nuestra inacción ante los verdaderos problemas «porque ya hacemos algo».
Pues sí. triste sería la vida de los de pitiminí y a de los de organdí, pero más triste la de los de equidistaní, que no tendrían posibilidad de moralizar y lanzar su sermón criticando a los dos anteriores.