Es mejor que llamemos a las cosas por su nombre. En Alemana y en otros países del centro de Europa ya lo hacen. La ola en la que ya están inmersos de hoz y coz no es la sexta sino la de los “no vacunados”. Si los contagios vuelven a multiplicarse y de nuevo los hospitales están a reventar, no es por azar o por el incontrolable comportamiento del virus. Esta vez ya no. Los estudios certifican lo que la intuición más pedestre nos hacía pensar a los profanos. El 90 por ciento de los positivos actuales tiene su origen en las personas no inmunizadas.
Preguntaba ayer Andrés Krakenberger en los diarios del Grupo Noticias si, dada esta situación, cabría establecer la obligatoriedad de la vacuna. Lo planteaba con una disyuntiva que, con todo el cariño, creo que es más que discutible en su propio enunciado. ¿Prevalece el derecho a la salud sobre el derecho individual a no vacunarse?, nos cuestionaba Andrés. Incluso en esos términos, yo respondo contundentemente que por supuesto. Y me voy al principio requeteclásico: mi libertad termina donde empieza la de cualquiera de mis congéneres. Si no darme el pinchacito solo acarrease consecuencias negativas para mí, allá películas, con mi pan me las comería. Pero es que en este caso, el perjuicio de mi decisión presuntamente soberana es para los demás. Nos pongamos como nos pongamos, no tenemos ningún derecho a difundir un virus que causa estragos tan brutales como los que están tasados y medidos. Por lo tanto, creo que hace mucho tiempo que deberíamos habernos dejado de zarandajas y haber establecido la obligatoriedad de la vacunación, especialmente para el desempeño de ciertas profesiones.
No me extraña nada que en Madrid, foco de la envidia ajena, hayan caducado 100.000 vacunas por falta de profesionales para ponerlas. Evidentemente el dinero tirado va por cuenta de los PGE y no del presupuesto de la CAM. Sobre la muerte de miles de ancianos en residencias de su envidiada comunidad, la ídola de masas dijo que no murieron solos sino acompañados por soldados de la UME, que sus cadáveres fueron tratados con el máximo respeto y que además han puesto una placa en su memoria. Nada pues de arrepentimiento, perdón ni tonterías de ésas.
Una sociedad como lo es parte de la sociedad española que tolera este tipo de excrecencia mental e incluso aplaude a quien la emite al grito de presidenta, necesita una vacuna moral obligatoria.
Como informaba DEIA ayer, en USA los demócratas han utilizado a la Gallina Caponata o Big Bird para animar a que se vacunen los niños. Los republicanos les acusan de adoctrinamiento infantil y a la susodicha gallina de comunista.
Evidentemente además de una vacunación universal y obligatoria, sería hora de buscar otra para la mala fé y la imbecilidad sobrevenida y consentida.
De acuerdo Javier.
Yo siempre he pensado, como tú, que la vacunación tendría que haber sido obligatoria. Y lo pienso en base a varios motivos. Es la única, o la más efectiva defensa, científicamente probada, contra el COVID-19. La decisión personal de no vacunarse pone en riesgo la salud de los demás. Quienes no se vacunan y resultan contagiados, también reclaman asistencia sanitaria. Y finalmente porque las únicas razones que veo en la negativa a la vacunación son la ignorancia, el afán de protagonismo, la falta de respeto al conjunto de la ciudadanía y en especial a los profesionales y servicios sanitarios que tienen que atendernos a todos, y también a los negacionistas.
¿Estaría la solución, o sería una respuesta válida, su aislamiento, como se hacía antiguamente con los infecciosos?
Claro que no. Estamos en el siglo XXI. Los que parece que están en otro siglo son los que se niegan a vacunarse.
Bueno, vamos por partes, como dijo “el viejo Jack:
a) según todos los informes científicos, la vacunación no evita el contagio; únicamente, en el mejor de los casos lo palia.
b) una persona vacunada , aparte de contagiarse, también puede contagiar a otras personas.
c) parece cierto que , el aumento del porcentaje de población vacunada evita, en principio, que aumente exponencialmente la presión hospitalaria.
d) guste o no guste, la necesidad de disponer en un plazo récord de vacunas contra la COVID-19 ha hecho que los controles sobre posibles efectos secundarios de las distintas vacunas no hayan podido ser lo exhaustivos que acostumbran a ser para la aceptación de una vacuna habitualmente.
e) el hecho de que las empresas farmacéuticas hayan firmado con los distintos gobiernos protocolos por los que se eximen de cualquier responsabilidad en caso de existir efectos secundarios graves no ayuda a despertar la confianza del personal.
Podríamos seguir. Tal vez hemos hecho de la necesidad virtud y hemos sacralizado unos instrumentos, las vacunas, útiles y necesarios, pero que en modo alguno aseguran el control ni mucho menos la eliminación de la pandemia.
En estas circunstancias, hablar de OBLIGAR a vacunarse, contra su voluntad, a todos los ciudadanos, me parece un exceso que no ha lugar en una sociedad sedicentemente democrática.
Estuvimos confinados en el domicilío durante casi dos meses. ¿Es eso libertad?
¿Es la libertad el negarse a recibir un pinchazo que puede salvar vidas?
Después de estar el 80% de la poblacion vacunada con doble pinchazo, resulta surrealista que haya personas que perteneciendo al colectivo de La Sanidad se nieguen a vacunarse mientras cuidan y atienden enfermos de COVID.
Sagardui hablaba con crítica incluida de una parte de la juventud veinteañera que está sin vacunar por omisión. Y se «olvidaba» de los más de 2000 profesionales del sevicio público de salud que no lo han hecho.
Menos mal, que los medios de información hablan con cierta claridad del tema, e intentan aclarar lo que entendemos por libertad.
Caustico quien no quisiera morir acompañado de soldados de la UME, de la cabra de la legion y de Torrente, algun dia dejaran de reirle las gracias a la tarada….. pero igual ya sera tarde.
100000 vacunas desperdiciadas por la Sra. Terrazas, es bochornoso. Si lo hace Urkullu el gran Iturgaitz le llama de todo.
Es que no entiendo cómo no es obligatorio vacunarse del covid cuando sí es obligatorio vacunar a tu perro de la rabia, por ejemplo. No lo entiendo. A los perros no se les pregunta si quieren vacunarse porque no entienden que es para evitar que se expanda una enfermedad que, si no les mata a ellos, puede matar a otros seres como pudiera ser otro perro o su dueño. Entonces, ¿por qué se les pregunta a los idiotas si se quieren vacunar? No son muy distintos del caso del perro, a sus «argumentos» me remito. Leedles y alucinad.
Recientemente me indigné al ir a comprar el pan. Después de hacer cola bajo la lluvia porque el pequeño local no admitía más que una persona, al tocarme mi turno, la dependienta me señaló que tenía mal puesta la mascarilla, lo que le agradecí y corregí. Comentamos los dos que, después de las medidas que tenia instaladas, con mampara, limpieza de manos, bandeja desinfectada para las monedas, habría poco peligro de contaminación; además, añadí yo, estando vacunados ya no había tanto peligro. «Pues yo no estoy vacunada» ¿Cómo? ¿Por qué? ¿temes algún efecto secundario? «No, ninguno. Porque no quiero». «Cada uno es libre, ¿no?». «Hombre – digo yo -… atendiendo al público…» «Pero ya vienen vacunados, ¿no?», me replica. Señala: «Cada uno es libre».
Al día siguiente cojo un taxi, y, hablando de todo un poco, refiero mi anécdota al conductor, que, por supuesto, está, dada su profesión está más autorizado a opinar de todo que un simple taxista. «Pues hace bien, -me dice sobre la panadera- si no quiere vacunarse, es libre. Usted ¿ha querido vacunarse? y lo hecho, ¿no? Pues yo tampoco me he vacunado, porque no he querido», sentencia el experimentado conductor.
«¿Cómo?, ¿por qué?» digo yo. «Por que no sirve para nada», me responde. Que lo dicen «todos» en internet, me aclara como argumento. «Antes nos podían engañar, pero ahora, con las redes sociales, lo tienen más difícil» «Además, somos libres, ¿no?»
Habíamos llegado al destino, pagué y salí a la acera. Me quedé pensando en la libertad de cada uno.
Yo no había sido libre para evitar ir a comprar el pan a una panadería con una empleada no vacunada, ni tampoco para evitar coger un taxi, cerrado y perfectamente acristalado con un opinador al volante no vacunado. Yo había caído como un pardillo. Me conformé con la satisfacción de haber respetado la libertad de los dos honrados trabajadores, libres ambos como la brisa de la mañana y el agua cantarina de los arroyos en primavera.
Pregunto: ¿Nos echaría para atrás el juez Garrido como inconstitucional una ordenanza que obligara a los establecimientos públicos (incluidos vehículos que transportan personas y establecimientos que vendan alimentos) a advertir de la ausencia de vacunación en las personas que atienden al público?
Lo digo porque así nos sentiríamos más libres los usuarios de dichos servicios de poder escoger a aquellos que estuvieran vacunados. Y en el caso de que no hubiera ninguno de éstos debidamente vacunado, poder elegir entre la protección ante el Covid-19 o la muerte por inanición o, en su caso, la pérdida de la libertad de movilidad.
Ya que parece que prima la libertad individual antes que otros derechos, fomentémosla. Pero la de todos.
Me enviaron esto…copio: El derecho a no vacunarse supone el derecho a hacer daño o el derecho a generar riesgo mortal contra el resto de ciudadanos y este derecho no se puede reconocer en un ordenamiento que sea mínimamente decente.
La seguridad vial prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas o drogas como garantía de que no ocurran accidentes viales, de modo de resguardar la integridad física y moral de los otros miembros de la sociedad.
Qué dirían los padres que se niegan a vacunarse si su hijo muriera o le dejara paralítico en un accidente de tráfico en el bus de la escuela porque el conductor hubiera bebido? ¿Dónde estaría la libertad del conductor?
Acaso el no aceptar vacunarse no supone una muestra de individualismo radical?. El individualismo nace como espacio de libertad propio cuando se vive en sociedad…por lo tanto, hay que encontrar puntos de equilibrio equitativo entre los diferentes individualismos…y uno de ellos es no hacer daño gratuitamente a los otros…y acaso no es un daño gratuito infligir a los otros el riesgo de una enfermedad muy grave no accediendo a vacunarse?. En fin, lisa y llanamente, no se aprueba de ese modo el derecho a hacer daño a los otros?.
Conclusión: cuando se blande un derecho, hace falta que el derecho sea real y no sea perjudicial de forma gratuita y egoísta para otros. Proclamar el derecho a no vacunarse, sabiendo que el no vacunado es un peligro para el resto de personas no es ningún derecho ni tiene ninguna cobertura legal. Es más, puede ser constitutivo de un acto ilegal por el que se pueden exigir responsabilidades.