Clases presenciales, por supuesto

Todas las comunidades del Estado han acordado por unanimidad que la vuelta a las aulas el próximo lunes sea presencial en todos los niveles educativos. De entrada, es una excelente noticia que ha habido el mayor de los consensos allá donde suele primar la división y hasta el intercambio de trastos a la cabeza. Ojalá cunda el ejemplo. Y yendo ya al fondo, nos encontramos ante una decisión absolutamente lógica que se encuadra, sin más y sin menos, en el principio de pura realidad. En el punto de la pandemia en el que estamos, incluso con la explosión de contagios (o quizá, justamente por la explosión de contagios), no cabía hacer otra cosa que agarrar el toro por los cuernos y apostar por las clases en vivo. Lo contrario habría sido un paso atrás.

Con todo, y siguiendo el mismo principio de realidad que citaba, hay que tener claro que es altamente posible que en las primeras jornadas se acumulen las incidencias. Ojalá no ocurra, pero debemos estar preparados para un considerable flujo de aislamientos preventivos y aulas cerradas. Lo indican la intuición y el cálculo de probabilidades. Si ocurre, sería de gran ayuda que los habituales capitanes A Posteriori se abstengan de echar las redes en el río revuelto. Era antes cuando debían haberse hecho escuchar y, como venimos contando, el acuerdo tiene el aval de la comunidad educativa y de autoridades sanitarias de prácticamente todo el arco ideológico. Es de esperar que si surgen problemas, se mantenga la misma unidad para hacerlos frente. Si esto sale bien, habremos avanzado un buen trecho en el camino de la ansiada convivencia con el virus.

La ola que no iba a existir, según Simón

Una de las noticias más leídas ayer en las webs de los diarios del Grupo Noticias daba cuenta de las últimas palabras del gran profeta Fernando Simón. En la presentación del cabezudo de cartón-piedra que le ha dedicado una comparsa de Zaragoza (se lo juro), el todavía director del Centro español de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias dijo que no había que descartar la recuperación de nuevas restricciones de movilidad y horarios. Una vez vistos los pelendengues al bicho, macho.

Lo gracioso de la declaración del tipo relegado a la nevera pese a mantener cargo y sueldo es que en su penúltima intervención registrada en las hemerotecas, en el mes de octubre, había dado por finiquitada la pandemia. Aseguró entonces que veía realmente complicado que hubiera una sexta ola, y que de haberla, sería más pequeña y más lenta. O sea, exactamente lo contrario de lo que estamos viendo y padeciendo: hoy se baten récords estratosféricos de contagios y a una velocidad de vértigo. Y es verdad, nos ha jodido mayo con las flores, que las vacunas nos están librando de una catástrofe en cuanto a muertos. Pero eso no impide el hecho cierto de que se sigue produciendo un número de defunciones considerable y que también los hospitales vuelven a sudar la gota gorda tanto en ingresos en UCI como en planta. Eso, sin contar con que la verdadera tensión provocada por la explosión de positivos se está notando dramáticamente en la atención primaria y en las actividades sanitarias no relacionadas con el covid. La sexta ola es real. A buenas horas mangas verdes, Sánchez se ha dado cuenta y convoca una cumbre de presidentes… para nada.

Sálvese quien pueda

Les confieso mi absoluta zozobra con ribetes de sensación de irrealidad y hasta unas gotas de impotencia. En el sur de Euskal Herria hemos alcanzado una velocidad de crucero de casi 3.000 contagios diarios con una incidencia a 14 días que supera los mil por cada 100.000 habitantes. Como dijo ayer en Onda Vasca la consejera Gotzone Sagardui, en la lotería del covid, cuanto mayor es el número de positivos, mayor es el número de papeletas para que nos toque el premio indeseado de acabar en el hospital o, si la suerte es más chunga aún, en la UCI. Y sin necesidad de que nos lo cuenten las autoridades sanitarias, todos tenemos uno o varios familiares o amigos que han dado positivo directamente o que están en el entorno estrecho de alguien infectado. Sin ser un experto en cálculo de probabilidades, parece bastante razonable pensar que estamos a cinco minutos de incrementar el balance de mañana o pasado mañana.

Una situación así sería delicada en cualquier época del año, pero se antoja que lo es más en unas fechas en las que se multiplican por ene los contactos sociales. La más elemental de las prudencias nos llevaría no ya a limitarlos sino a evitarlos directamente. Pregúntense si están dispuestos a hacerlo. Si son sinceros con ustedes mismos, dirán que esta vez no. Incluso los más cautelosos tendrán que claudicar ante la resistencia de su círculo inmediato. La consigna general es que sí o sí habrá celebraciones casi a la antigua usanza y que salga el sol por Antequera. A ver cuál de las arriba mentadas autoridades sanitarias es la guapa que toca el pito y se atreve a cortarnos el vacilón. Ya les digo yo que ninguna.

La manía de buscar culpables

Tenemos bandas sonoras para elegir. Podríamos tirar por Albert Hammond (“Échame a mí la culpa de lo que pase”), aunque somos más de Def Con Dos (“La culpa de todo la tuvo Yoko Ono”) o de Gabinete Caligari (“La culpa fue del chachachá”). No somos nadie señalando con el dedo, cuando en el caso que nos ocupa, el sexto subidón de contagios, no parece que sea ni justo ni acertado atribuir la responsabilidad a un solo elemento.

Ni siquiera es atinado centrarse en exclusiva en los que insolidariamente no han querido vacunarse, aunque estén documentados como fuente principal del aumento. Son solo una parte de la explicación, a la que no somos ajenos los que sí hemos pasado por los dos (o según casos, tres) pinchacitos. Que tire la primera piedra quien no haya bajado la guardia en la calle, en los bares, en el curro o en casa. Tampoco ganamos nada fustigándonos o, más hipócritamente, afeando la conducta de nuestros congéneres mientras nos damos por absueltos.

Y en cuanto a las autoridades sanitarias de distinto ámbito, desde el local al planetario, ya he escrito aquí mismo que no se libran de su cuota, sobre todo, por haber contribuido a difundir la idea de que habíamos superado la pandemia. Pero hasta ahí. Es de un ventajismo atroz que los partidos de oposición (me da igual dónde) se obstinen en aprovechar que pintan bastos para convertir en pimpampum a los gobiernos de turno. Máxime, si desde el minuto uno de la irrupción del virus, estas formaciones han actuado de doctores Tragacanto de aluvión y han ido pifiando cada uno de sus vaticinios apocalípticos.

Sexta ola: actuemos ya

Las gradas desnudas de mascarillas del frontón Bizkaia en la final del cuatro y medio explican perfectamente cómo y por qué el gráfico del covid ha emprendido su sexta cuesta arriba. Y que tire la primera piedra quien esté libre de pecado. Desde que sonaron los felices pífanos dando por prácticamente cautiva y desarmada la pandemia, la mayoría del personal se ha entregado no ya a la recuperación del tiempo perdido sino al disfrute a cuenta de lo que sea que tenga que venir. Hemos estado viviendo como antes de la irrupción del virus y lo peor de todo es que va a ser complicado devolvernos al carril de la prudencia y la contención. Miramos las cifras de aumento descontrolado en la incidencia como las vacas al tren. Es como si no fuera con nosotros, y hasta podemos refugiarnos en una coartada bien cierta: las propias autoridades sanitarias nos habían mandado señales en el sentido de que lo peor había pasado.

Claro que tampoco es cuestión de ponerse moralista ni de llorar por la leche derramada. Con los positivos multiplicándose, los ingresos creciendo y la navidad a la vuelta de la esquina, toca ser prácticos. De entrada, habrá que estudiar al milímetro qué restricciones pueden ser efectivas y realistas. Es vital también reforzar el ya alto nivel de inmunización y, en este viaje, tomar por los cuernos el toro de la población a la que no le ha salido de la entrepierna vacunarse. Puesto que los datos demuestran que están detrás del repunte, ha llegado el momento de dejarles claro que el precio de su falsa libertad es que no podrán hacer la vida que hacen los que sí han sido solidarios con sus semejantes.

¿Vacunación obligatoria?

Es mejor que llamemos a las cosas por su nombre. En Alemana y en otros países del centro de Europa ya lo hacen. La ola en la que ya están inmersos de hoz y coz no es la sexta sino la de los “no vacunados”. Si los contagios vuelven a multiplicarse y de nuevo los hospitales están a reventar, no es por azar o por el incontrolable comportamiento del virus. Esta vez ya no. Los estudios certifican lo que la intuición más pedestre nos hacía pensar a los profanos. El 90 por ciento de los positivos actuales tiene su origen en las personas no inmunizadas.

Preguntaba ayer Andrés Krakenberger en los diarios del Grupo Noticias si, dada esta situación, cabría establecer la obligatoriedad de la vacuna. Lo planteaba con una disyuntiva que, con todo el cariño, creo que es más que discutible en su propio enunciado. ¿Prevalece el derecho a la salud sobre el derecho individual a no vacunarse?, nos cuestionaba Andrés. Incluso en esos términos, yo respondo contundentemente que por supuesto. Y me voy al principio requeteclásico: mi libertad termina donde empieza la de cualquiera de mis congéneres. Si no darme el pinchacito solo acarrease consecuencias negativas para mí, allá películas, con mi pan me las comería. Pero es que en este caso, el perjuicio de mi decisión presuntamente soberana es para los demás. Nos pongamos como nos pongamos, no tenemos ningún derecho a difundir un virus que causa estragos tan brutales como los que están tasados y medidos. Por lo tanto, creo que hace mucho tiempo que deberíamos habernos dejado de zarandajas y haber establecido la obligatoriedad de la vacunación, especialmente para el desempeño de ciertas profesiones.