Tiene razón la consejera de Educación de la CAV cuando dice que hay cosas que se ven en la escuela, pero hay otras que se ven en la comida y en la cena, los domingos por la tarde y los sábados por la mañana. Es absolutamente cierto que los padres y las madres debemos mostrar la atención que nos pedía Isabel Celaá para detectar en nuestros hijos el menor síntoma de que son víctimas de maltrato en las aulas. Ni siquiera es necesario poseer unas grandes dotes de observación ni espiar con paranoia cada movimiento o cada gesto de los chavales. Si están pasando por ello, no lo podrán ocultar fácilmente. Tal vez su primer impulso, por vergüenza, miedo o no ser causa de preocupación, sea negarlo, pero a poco que haya una relación fluida, necesitarán soltar lastre y lo confesarán. Ahí debería comenzar a solucionarse el problema. Sin embargo, no es así.
Los propios datos que ha ofrecido el Departamento nos llevan al desaliento. Se afirma haber encontrado 33 casos probados sobre 90 sospechas… ¡en una comunidad formada por unos cuantos miles de alumnos y alumnas! Unos números demasiado optimistas, más cuando se comparan con los que aportan los propios escolares: el 17 por ciento de los de primaria y el 12 por ciento de los de secundaria aseguran ser martirizados regularmente por sus compañeros. La suma rebasa con creces las tres decenas reconocidas oficialmente. ¿Qué pasa con el resto? Absolutamente nada. Total impunidad, cuando no ominosa complicidad de quienes deberían evitar que se produjeran.
Casos reales
Hablo, desgraciadamente, por experiencia de varias personas de mi entorno más o menos cercano. Son, en concreto, tres casos diferentes por el sexo y la edad de los niños afectados y por el tipo de centro, pero con el mismo desesperanzador desenlace: o aceptáis que las cosas son así, o buscáis otro colegio… si os admiten, claro, que las plazas están muy cotizadas. Pero, ¿no existen unos llamados protocolos para denunciar estas situaciones? Sí, desde hace varios años. Otra cosa es que cumplan su propósito o, simplemente, que lleguen alguna vez a ponerse en marcha. “Ten en cuenta que si esto sigue adelante, a lo mejor lo que se acaba demostrando es que es tu hija la que empieza todas las peleas en las que la zurran”, le espetó una dulce monjita a una madre que había anunciado que iba a iniciar el trámite. La reacción fue similar en los otros dos casos. Nadie dio un paso más. El tiempo alivió algo el suplicio de los chavales. No pueden decir que la comunidad educativa les prestó ayuda.