Tengo a mi entorno futbolero con un enorme disgusto entreverado de cabreo. Como imaginarán, su rebote viene a cuento de la decisión del Gobierno vasco de mantener vigente la actual limitación de aforos en los estadios, a pesar de que en el conjunto de Estado ya este fin de semana se podrán llenar los graderíos al cien por cien. Lamentan que en los tres territorios de la CAV siempre vayamos por detrás y no son pocos los que se encomiendan a San Cosme y San Damián, es decir, a San Javier Tebas y San Luis Garrido para que vuelvan a tumbar la medida, como la vez anterior. No me cabe la menor duda de que si hay recurso, así será.
Comprendo en lo humano el malestar de los aficionados al llamado deporte rey. Sin embargo, creo que el retraso de unos días para volver a la capacidad completa de los campos es una contrariedad perfectamente asumible. Todos tenemos ganas de recuperar la vida anterior a la pandemia, y si somos medio sinceros, reconoceremos que incluso en el fragor de la quinta ola que tenemos ya cautiva y desarmada, hemos hecho muchas cosas que quizá no debíamos; las cifras del turismo o de la hostelería este verano así lo atestiguan. Los datos actuales y, por encima de todos ellos, la vacunación del 95 por ciento de la población diana, invitan, esta vez sí, a mirar al futuro con optimismo. Pero ni las prisas ni las ansiedades han sido jamás buenas consejeras. Dentro de menos de una semana, salvo sorpresa monumental, el LABI levantará las restricciones que quedan —excepto el uso obligatorio de la mascarilla en interiores— y estaremos en condiciones de decir que lo peor ha pasado.