El juez Garrido se alía con Tebas

Cuando supe que la Liga de Fútbol Profesional había presentado recurso ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco contra la limitación de aforos en los estadios determinada por el Gobierno vasco, no tuve la menor duda de cuál sería la resolución. Sí, justamente la que ha sido. Al ya celebérrimo juez Luis Ángel Garrido solo le faltaba aliarse con el incalificable Javier Tebas, y lo ha acaba de hacer en este dictamen que se ha sacado de la sobaquera de la toga en medio santiamén. Se trata de una nueva muesca en su mazo en lo que se refiere a decisiones contrarias a las medidas puestas en marcha atendiendo a criterios sanitarios.

Cabrá decir que este último auto tampoco es tan grave, pues con la pandemia remitiendo, era cuestión de días que se aumentaran los aforos de los recintos deportivos. Todo apuntaba a que, como poco, el LABI tenía pensado subirlo hasta el 50 por ciento. En cualquier caso, no estamos ante una anécdota sino frente a una categoría, un patrón de conducta que se ha venido repitiendo sistemáticamente desde la irrupción del virus. Prácticamente en cada oportunidad que se ha presentado, la Justicia en general, la vasca en particular y este magistrado aun más en concreto se han decantado por dictámenes que dificultaban o directamente impedían los intentos de frenar los contagios. No negaré, como me señaló el sabio Juanjo Álvarez, que se han enviado a los tribunales patatas calientes que deberían haber sido resueltas en otras instancias o que la política ha sido perezosa para mejorar la (según dicen) poco útil legislación previa. Pero, con todo, muchas de sus señorías deberían hacer examen de conciencia.

La decencia del Rayo

Mi nivel de desapego de lo futbolístico es tal que desconocía por completo la existencia de un jugador ucraniano del Betis llamado Roman Zozulya. Palabra que no había oído hablar de sus presuntas virtudes balompédicas y —esto es más raro— tampoco de sus reiteradas exhibiciones fascistas sin matices. La red está llena de fotos en que aparece ataviado de rambete supremacista eslavo, con toda la parafernalia simbólica de la ultraderecha de su país y, por si faltaba algo, empuñando armamento diverso.

Con esas credenciales, es un despiporre ver al gachó, tan duro él, haciendo pucheritos y ladrando al mundo su dolor porque la modélica afición del Rayo Vallecano ha frustrado su cesión al club del barrio madrileño. Pese a que su situación en la clasificación de segunda división, bordeando los puestos de descenso, no es para echar cohetes, la inmensa mayoría de la masa rayista no ha dudado en rechazar lo que podría haber sido un gran refuerzo en el césped. A riesgo de perder la categoría, se ha optado por la decencia de no manchar la camiseta ni el escudo.

Aunque el antiguo militante de Fuerza Nueva que preside la Liga de Fútbol Profesional anda amenazando con querellas por coacciones, el tal Zozulya ha tenido que volver al Villamarín con el rabo entre las piernas. Allí sí parece haber sitio y aplausos para tipos de su catadura. De hecho, a su regreso a Sevilla, le aguardaba una jauría de hinchas que lo jalearon como a un héroe. Nada de lo que extrañarse, por desgracia, en un lugar donde el ídolo local es Rubén Castro, un fulano al que se le imputan siete delitos de malos tratos y uno de agresión sexual.