El espectáculo a cargo de los integrantes de triángulo escaleno de la derecha está resultando impagable. Aunque conociendo el percal, ya sospechábamos que tanta testosterona de cuarta y tanta cerrilidad reunidas implicaba riesgo explosivo, la calidad de la reyerta supera todas las expectativas. Y tengo la impresión de que todavía nos quedan unos cuantos pifostios a los que asistir desde butaca de patio.
La cosa es que recuerdo haber escrito sobre esto hace unas semanas, y mi pronóstico de entonces no se ha cumplido. No del todo, por lo menos. Vaticinaba que pese a la condición de Vox de partido gamberro, la sangre no acabaría llegando al río. Se antojaba complicado que se malbaratara la santa misión de sacar del poder al rojo-morado-separatismo solo por un quítame allá esas zancadillas y esos escupitajos intercambiados. Ya ven, sin embargo, que este es el minuto en que lo de Murcia se ha descacharrado y lo de Madrid Comunidad empieza a cantar a fiasco también.
¿Es comprensible? Desde lo más humano, diría que sí. Sé que les pido algo complicado, pero esfuércense en meterse en la piel de los dirigentes y militantes de Vox. El trato que están recibiendo —otro asunto es que se lo merezcan y que nos importe una higa— por parte de sus presuntos aliados azules y naranjas, especialmente de estos, no es de recibo. Partiendo de la necesidad perentoria e inexcusable de los votos de la banda de Abascal, es de una golfería supina seguir vendiendo la especie de que no hay ninguna posibilidad de negociación y hasta poniendo cara de asco o de usted por quién me toma al referirse a quienes les tienen pillados por la ingle.