Los presupuestos de Gipuzkoa saldrán adelante con los votos de Bildu y PNV. Los de Bizkaia, con los de PNV y PP. Los de Araba, con los de PP y, según qué flauta suene, PNV y/o PSE. Los de la CAV, con los de PSE y PP. Es mucho más divertido el galanteo político cuando puedes hacer todo el kamasutra en lugar de limitarte al misionero de rigor. Habrá quien venga de moralista y acuse a los demás de promiscuos y viciosos, pero sólo será porque esa vez no ha pillado cacho. En el siguiente viaje tendrá con quien apañarse este proyecto de ley o aquella moción en un rincón oscuro, y se le olvidarán las estrecheces mentales.
Tome nota de esto último el enfurruñado Odón Elorza, que ayer se puso a chismorrear que lo de la izquierda abertzale y los nacionalistas con las cuentas gipuzkoanas era, más que un rollito de una noche, la antesala de una futura boda en Ajuria Enea. Se le olvidaba al exalcalde despechado que el PSE anda haciendo manitas fiscales con Bildu o que su conmilitón José Antonio Pastor, que ha tenido paradas nupciales pactistas múltiples y diversas, tiraba los tejos desde un periódico amigo a los hasta anteayer ilegalizados, que ya no son la fruta prohibida.
Ahora que sabemos que no hay combinación imposible —recuérdense los achuchones de PP y Bildu por el finiquito del Bai Center de Gasteiz o los peajes en Gipuzkoa—, sería deseable dejarse de hipocresías. No va a colar (o no debería) aquello de que cuando pacto yo es porque soy más flexible y responsable que el copón y cuando lo hacen los demás, porque son unos vendidos sin principios que se pasan la vida con los pantalones bajados.
Ojalá no me esté precipitando, pero empieza a parecer que hemos llegado a algo parecido a la edad adulta, que en política es la de los pelos dispuestos a dejarse en la gatera. Lo ideal sería que fuera por el interés común. Aunque se quede en el consabido cambio de cromos, valdrá la pena.