Otra cumbre más

Me van a perdonar el escepticismo de concha de galápago centenario, pero si sale algo en claro de este turre a muchas voces que llamamos Cumbre del clima, invito a todos los lectores al menú degustación del Arzak. No se vengan arriba, ojo, que cuando digo “algo en claro”, ni por asomo estoy hablando de maravillosas proclamas con música de violín de fondo, ni mucho menos de anuncios de compromisos del copón de la baraja con fecha de cumplimiento retrasable ad infinitum. Desde Río para acá, en el cada vez más lejano 1992 de los prodigios devenidos en fiascos, se han ido repitiendo estos sanedrines envueltos en tanta pompa como urgencia sin que se haya conseguido nada parecido a un avance.

Al contrario, se diría que el daño ambiental va a más y no parece haberse encontrado otro modo de hacerle frente que echarse las manos a la cabeza, hacer propósito de enmienda y engrosar la lista de listillos que viven de la martingala. Y junto a estos que han pillado cacho predicando el caos inminente, sus prosélitos culpando del desastre a los humildes mortales por pedir una bolsa de plástico en el supermercado.

Como he escrito en mil ocasiones aquí mismo, ni de lejos me cuento entre los negacionistas de lo evidente. Sin embargo, no acabo de encontrar en los rasgados de vestiduras —da igual institucionales, intelectuales, bienintencionados o cargados de razón científica— la relación de cambios imprescindibles para detener lo que se nos viene encima. Naturalmente, con la explicación en cada caso de la renuncia individual y/o colectiva que implicaría. Lo siguiente sería ver quién estaría por la labor de vivir de ese modo.

Lo del clima, otra vez

“Represento al segundo país que más contamina. Asumiremos nuestras responsabilidades”, lloriqueó ayer Barack Obama en París, leyendo palabras escritas por si legión de asesores. Medio rato antes o medio después, no seguí muy bien la secuencia porque estas cosas me provocan una enorme pereza, Angela Merkel se atizó su ración de flagelo, en este caso, con un difuso propósito de enmienda incorporado: “Hemos contaminado mucho. Por tanto, debemos estar en la vanguardia de las energías limpias”. Imposible no imaginarse el tubo de escape de un Volkswagen… o de cualquier otra marca de las que (¿todavía?) no han pillado.

Les prometo que quisiera no ser escéptico. Y sé que muchos de ustedes están en las mismas. Pero me temo que tenemos las canas y las arrugas suficientes para acordarnos de Ginebra (1979), de Río de Janeiro (1992), de Kyoto (1997), de Johanesburgo (2002), de Bali (2007), de Copenhague (2009), de Durban (2011) y de las que me dejo por el medio. En cada una de ellas, con más o menos pompa y circunstancia, se ha ido repitiendo la coreografía que volverán a bailarnos en los próximos días. La secuencia es tal que así: descripción apocalíptica de la situación, concurso de golpes de pecho, hondas declaraciones de las mejores intenciones para el futuro, firma jacarandosa de un documento que incluirá plazos más bien lejanos y objetivos tirando difusos, y cuando nadie está mirando, incumplimiento, incumplimiento e incumplimiento. Pero no hemos de afligirnos porque siempre habrá un lugar del cada vez más castigado planeta dispuesto a acoger una nueva cumbre en la que volver a repetir la manida martingala.