Cuñados del clima

Ando en búsqueda y captura por parte de la retroprogritud por haber cometido el otro día el atrevimiento de manifestar que no me postro de hinojos ante Santa Greta del Ceodós, patrona alevín de los cantamañanas del ecologismo posturero. Nada que no estuviera previsto desde antes de escribir unas líneas, por otro lado, contenidas; era y soy consciente de la trampa para elefantes que es poner a modo de pimpapum a una criatura diagnosticada de Asperger. Ese ventajismo de los que la llevan de sarao en sarao ya es indicativo de la falta de autenticidad —o sea, de la falsedad— de las presuntamente nobles intenciones que los guían. Y, sin contar el daño futuro que uno intuye que le están haciendo a su mascota, habla fatal de la causa que dicen defender.

Claro que, como ya apunté en la columna anterior, Thunberg es solo el trasunto del infantilismo ramplón de lo que pretende pasar por denuncia ambientalista y se queda las más de las veces en pataleta, en repetición de consignillas al peso o en cuñadismo de tomo y lomo. No, no se equivoquen. Ni de lejos soy un negacionista del calentamiento global. Más allá de algunos datos presentados con exceso de trompeteo apocalíptico, soy consciente del problemón que tenemos encima. Lo que, sin embargo, desconozco es cómo hacerle frente con medidas contantes, sonantes, factibles y, ojo, asumibles por los pobladores de la parte guay del planeta. Que sí, que muy bien lo de no usar bolsas de plástico para los tan molones aguacates, pero lo que yo quiero saber es a cuánto trozo de nuestro bienestar, es decir, de nuestro confort, estamos dispuestos a renunciar para detener la amenaza.

Lo del clima, otra vez

“Represento al segundo país que más contamina. Asumiremos nuestras responsabilidades”, lloriqueó ayer Barack Obama en París, leyendo palabras escritas por si legión de asesores. Medio rato antes o medio después, no seguí muy bien la secuencia porque estas cosas me provocan una enorme pereza, Angela Merkel se atizó su ración de flagelo, en este caso, con un difuso propósito de enmienda incorporado: “Hemos contaminado mucho. Por tanto, debemos estar en la vanguardia de las energías limpias”. Imposible no imaginarse el tubo de escape de un Volkswagen… o de cualquier otra marca de las que (¿todavía?) no han pillado.

Les prometo que quisiera no ser escéptico. Y sé que muchos de ustedes están en las mismas. Pero me temo que tenemos las canas y las arrugas suficientes para acordarnos de Ginebra (1979), de Río de Janeiro (1992), de Kyoto (1997), de Johanesburgo (2002), de Bali (2007), de Copenhague (2009), de Durban (2011) y de las que me dejo por el medio. En cada una de ellas, con más o menos pompa y circunstancia, se ha ido repitiendo la coreografía que volverán a bailarnos en los próximos días. La secuencia es tal que así: descripción apocalíptica de la situación, concurso de golpes de pecho, hondas declaraciones de las mejores intenciones para el futuro, firma jacarandosa de un documento que incluirá plazos más bien lejanos y objetivos tirando difusos, y cuando nadie está mirando, incumplimiento, incumplimiento e incumplimiento. Pero no hemos de afligirnos porque siempre habrá un lugar del cada vez más castigado planeta dispuesto a acoger una nueva cumbre en la que volver a repetir la manida martingala.

Fracking, no y punto

Para desmemoriados: la primera noticia sobre algo llamado fracking que tuvimos la mayoría de los mortales de la Comunidad Autónoma llegó de la mano del entonces lehendakari, Patxi López. No es difícil datar el momento, pues fue durante aquel fastuoso viaje a Estados Unidos que coincidió, mecachis la porra, con el comunicado del fin de las acciones armadas de ETA. Dos días antes de la patética foto del tren, los servicios de prensa difundieron otras instantáneas que provocaron risas a este lado del Atlántico. En ellas aparecía el ingeniero López con un casco azul de currela y gafas de sol de espejo durante la visita a un secarral de Dallas donde no sé qué multinacional obraba el milagro de la conversión de piedras en gas. En la nota que acompañaba el reportaje gráfico, el amanuense de turno nos anunciaba, con toque de pífanos, la inminente autosuficiencia energética de la Vasconia autonómica, pues a ojo de buen cubero se calculaba que en la llanada alavesa había gas natural para aburrir. Solo era cuestión de ordeñar las rocas con un método prodigioso denominado fractura hidráulica o en el inglés obligatorio, fracking.

Fue cosa de días que descubriéramos el trozo que nos habían ocultado: el procedimiento en cuestión acarreaba brutales consecuencias para el entorno. No de esas jeremiadas apocalípticas de ecologista de pitiminí, no; desastres perfectamente documentados. Pareció zanjado el asunto. Salvo los proponentes —PSE y PP—, nadie daba la impresión de estar dispuesto a jugar a la ruleta rusa energética. Me causa asombro que hoy, aún con más datos, el fracking no esté totalmente descartado.