24 semanas

Celebro que la corte constitucional de Colombia haya despenalizado la interrupción voluntaria del embarazo. Es, sin duda, un avance conseguido gracias a la lucha sin descanso del movimiento feminista de aquel país con el aliento de formaciones progresistas. Supone un hito para toda Latinoamérica, donde hasta los regímenes de izquierda niegan a las mujeres el derecho a tomar una decisión que, por otra parte, no suele obedecer a un capricho sino a una necesidad imperiosa y generalmente dolorosa. Siempre he sostenido que, refiriéndonos a lo que nos referimos, el lenguaje nos juega una mala pasada. No creo que realmente nadie esté “a favor del aborto”. En todo caso, estamos a favor de no penalizar su práctica. Ahí creo que existe un matiz importante.

Y, volviendo a Colombia, del mismo modo que he señalado lo anterior, no puedo callar ante el estremecimiento que me ha producido saber que se permitirá acabar con la gestación hasta la semana vigesimocuarta. Es decir, prácticamente hasta los seis meses. Creo que cualquiera que haya visto una ecografía correspondiente a ese periodo tiene claro que ya no estamos frente a un ente etéreo sino pura y simplemente ante una vida. Ahí es donde, por más que busque en mi interior, soy incapaz de encontrar argumentos para considerar como derecho acabar con lo que a todas luces y sin discusión es ya un ser humano. Al contrario, estoy convencido de que lo que debe hacer cualquiera que defienda la justicia social de verdad y no por conveniencia o postureo es ponerse del lado del más débil, que en este caso es un bebé totalmente formado y perfectamente viable.

Respeto al ‘no’ colombiano

Hay que joderse otra vez con los demócratas. A miles de kilómetros, no tienen la menor duda de que los colombianos son una panda de cobardes, indocumentados, rencorosos y/o veletas que se dejan manipular por el primer malandrín que vocea cuatro chorradas. ¿Y qué tal una gota de respeto? ¡Venga ya! Los pueblos solo son sabios cuando ejercen el derecho a decidir sin salirse del carril marcado.

Qué gracia más desgraciada, por otro lado, escuchar o leer que se ha optado por continuar la guerra. Con o sin urnas de por medio, los que la han venido haciendo bien pueden parar y probar que su intención es firme. Ni siquiera hablo de pedirles que manifiesten que el cese obedece al imperativo ético y no a la conveniencia estratégica, como ni se ocupan en disimular. Basta que lo dejen y ya. El movimiento se demuestra andando. Sería magnífico comprobar, dentro de un tiempo, que efectivamente, las armas no han callado a cambio de un chantaje.

Personalmente, no me alegro del resultado del plebiscito. Pero una vez que el ‘no’ se ha impuesto tras una descomunal campaña oficial por el ‘sí’, me parece que la prudencia invita a no descalificar de un plumazo a quienes han entendido por mayoría, aunque sea exigua, que el proceso no responde a unos mínimos de justicia. Basta una brizna de ecuanimidad, ya que tanto hacemos aleluyas a la empatía, para plantearse si es humanamente comprensible que haya quien, sin ser belicista ni cosa parecida, estime que el cierre que se propone no es el adecuado. Por lo visto, mola más que vengan los que han tirado de pistola —igual allá que acá— a apostrofarlos como enemigos de la paz.