Chismorreos interesados de ayer y hoy

Caso Gürtel, tres trajes y cientos de millones de euros redistribuidos a bolsillos amigos: un chismorreo interesado. Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón y recordman mundial de premios de la lotería que se quería mear en la sede de Izquierda Unida: un chismorreo interesado. Miñano y sus derivadas, que entretienen mucho a los comisionados -¿o comisionistas?- del Parlamento Vasco, incluidos los filtradores contumaces al Grupo mediático nodriza: un chismorreo interesado. Malaya, dicen que esa fue gorda, con no sé cuántos miles de llamados a declarar, wáteres de oro, folclóricas, cachulis y un tipo que está en una trena de lujo donde tiene montados un par de despachitos: un chismorreo interesado. Osatek y Margüello, dos en uno de distinto signo con la ubre sanitaria pública vasca como suculento denominador común: un chismorreo interesado.

Y tantos más…

EREs andaluces de pega, tan salerosos que uno de los actores del astracán fue dado de alta como trabajador por cuenta ajena desde el mismo día en que nació: un chismorreo interesado. Pretoria, que no está en Sudáfrica, sino en Catalunya, aunque las cuentas, por si acaso, estaban en Andorra, Madeira y Suiza: un chismorreo interesado. ¡Bravo, Victor!, le decían a un coleccionista de expedientes fiscales de la Hacienda de Gipuzkoa, que se dejó por el camino un pastucio ganso de todos los contribuyentes: un chismorreo interesado. Jaume Matas, molt honorable de las islas a las que se cruza por Transmediterránea, pero un pardillo de tomo y lomo que no ha sabido evitar el trullo quizá porque desconocía el santo y seña: un chismorreo interesado. Faisán, cintas que vienen y van y una oportuna llamada telefónica: un chismorreo interesado. Operación Picnic, que por aquí no suena a mucho, pero que en las mismas islas recién mencionadas ha hecho que un partido que tocó pelo gubernamental se disuelva y nazca de nuevo bajo otras siglas: un chismorreo interesado.

Roldán, Kio, Filesa, Ibercorp, Gescartera o, más cerca, Urralburu, apellidos y anagramas que nos llevan a un pasado muy cercano, aunque tras los ríos de tinta que corrieron sólo había lo de siempre: un chismorreo interesado. Prevaricación, cohecho, malversación de caudales públicos, apropiación indebida, falsedad documental, concesión de licencias ilegales, recalificación dolosa, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, delito fiscal, delito electoral. Para qué hacer tan gordo el código penal, si todo se reduce a lo mismo: un chismorreo interesado. ¿Verdad, señor Pastor?

De malayas y otras corruptelas

Cien abogados, 98 procesados, trescientos periodistas. Y no hablemos del pastón que alimentó la trama. Los del Caso Malaya son números de superproducción audiovisual, y como tal nos la van a administrar en vena. No hay más que ver las promociones pintureras con música de thriller que nos han venido atizando los canales de televisión para ir poniéndonos en ambiente. Ha comenzado el espectáculo.

Y en eso se quedará, en una gran función a mayor gloria del share que miraremos en la pantalla como cualquier otra serie de consumo. ¿Ficción, realidad? Tanto da. Dejémoslo en entretenimiento. Lo de menos es el pufo descomunal perpetrado -presuntamente, vale- por los glamurosos reos o el descorazonador retrato de la política que hay debajo.

La corrupción en los partidos es muy mediática, pero nada más. Los escandalosos titulares provocan respingos sin excesiva convicción, alguna que otra conversación de barra de bar o máquina de café -¡Qué sinvergüenzas, hay que ver!- y, en el fondo, mucha indiferencia. Ni un solo voto se pierde por el camino y no son raros los casos en los que un curioso efecto boomerang hace que los envueltos en marrones pasen de mayoría simple a absoluta, de caciquillos a cacicazos, con la bendición del pueblo soberano.

La conciencia tranquila

Gürtel, Miñano, Pretoria, Osatek… no pasan de ser nombres más o menos afortunados para mantener en marcha el carrusel informativo. En las ejecutivas se saben de memoria el protocolo establecido cuando el dedo señala a alguno de los suyos: un buen “Y tú más”, de saque, acompañado por la jaculatoria “Será la Justicia quien decida” y un irrintzi clamando por la presunción de inocencia. Si el micrófono llega a los directamente afectados, indefectiblemente escucharemos un “Tengo la conciencia muy tranquila” o, en el caso de los más audaces, “Estoy deseando que me llamen a declarar”. Luego, claro, se mueve Roma con Santiago para impedir la comisión parlamentaria correspondiente, que tampoco es cuestión de darle tres cuartos al pregonero.

Me temo que no queda otra que resignarse a la repetición de este ritual. Mientras no haya riesgo de recibir un buen mordisco en las urnas, los partidos no van a mover un dedo para limpiar sus bodegas de arribistas y chanchulleros. Los dejarán medrar a su antojo y hasta tirarán de ellos cuando necesiten -que será más de una vez- de alguien que sepa moverse por las alcantarillas del sistema. Si acaba cayendo el foco sobre los contratos a los amigos o las recalificaciones engrasadas, ocurrirá lo de siempre: nada.