Miles de personas se manifiestan en la plaza de Colón de Madrid “por la unidad de España”. ¿Y…? Están en su perfecto derecho. Cada cual dedica sus matinales festivas a lo que le plazca. Hay a quien le da por hacer ejercicios aeróbicos o anaeróbicos, quien prefiere el marianito de rigor y una de rabas y quien aprovecha para cursar visita a la parentela política. Si a unas decenas, centenas o millares de personas el cuerpo les pide echarse a la calle con la rojigualda en bandolera, no somos nadie para afearles la conducta ni mentarles la madre. Faltaría más. Que lo disfruten con salud y por muchos años, tantos como sigan considerando que deben montar el numerito..
Me asombra ver a mi alrededor semejante crujir de dientes por un acto tan fútil —gracias, diccionario de sinónimos— como esta convención de ciudadanas y ciudadanos que estiman necesario pedir lo que ya tienen. Incluso resulta divertido verlos tan afligidos por algo que, de momento, solo ocurre en sus calenturientas imaginaciones. Será la caraba cuando tengan auténticos motivos para rasgarse los correajes y echar unos berridos plañideros por la rup`tura de España, aunque temo que todavía estamos lejos del caso.
Mientras eso llega, sonriamos a su paso de la oca y descacharrémonos ante las abracadabrantes portadas que los pintan de hijos de Mola y Don Pelayo para arriba. Más que ofendernos, su zozobra debería halagarnos y, ya puestos, animarnos a acrecentarla. Pero siempre con el debido fair play, que es lo que los descoloca y les hace saltar los plomos porque lo suyo es el juego subterráneo en el lodo. Como escribí cuando parte de estos legionarios descafeinados plantaron su bicolor en la Cruz del Gorbea, no hay desprecio como no hacer aprecio. Dejémoslos, pues, que sigan celebrando legítimamente sus coros y danzas en días señalados como el doce de octubre o el seis de diciembre. Si ladran, tal vez sea porque cabalgamos.