Una fecha secuestrada

Nada que no conozcamos por aquí arriba. El dolor se ejerce en régimen de monopolio. Como mucho, se puede aspirar a una franquicia si juras y pruebas adhesión inquebrantable a los principios fundamentales de la secta. Para los que no tragan, escarnio público. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Pilar Manjón, que tuvo que leer ayer en el editorial de El Mundo que ha demostrado que le puede más el odio a quienes no comparten sus ideas que el dolor por la muerte de su hijo. Así las gastan los acaparadores y especuladores del sufrimiento. ¿Se atrevería alguien siquiera a imaginar unas palabras similares sobre personas cuyo nombre no pienso escribir pero que sé que están en la mente de cualquiera?

Igual que han hecho con prácticamente todo lo demás, quieren quedarse con el 11-M en propiedad. Dicen que es por los muertos, por la sangre derramada y, qué cara, por la búsqueda de la verdad. Si hubiera algo de cierto, no les habríamos visto echando paletadas de mentiras infames a lo que ocurrió. En el minuto uno, cuando a casi todos nos cupo una duda razonable, pero también en el dos, en el tres, en el cuatro y en el cinco, cuando ya la patraña era insostenible pero había que ganar las elecciones a toda costa y, conscientemente, se dejó que la máquina de intoxicar siguiera en marcha. Lo que no alcánzabamos a sospechar es que aquello que ya nos resultaba imposible de concebir con los cuerpos aún calientes se vería corregido y aumentado durante ocho años consecutivos. Más los que vendrán, me temo.

Eso es quizá lo peor, que no tienen la menor intención de dejar que las personas asesinadas en los atentados de Madrid descansen en paz. Ni ellas ni, por supuesto, sus familias. Las han tomado como rehenes, como fetiches, como mascotas. En realidad, bien lo sabemos, les importan una higa. Sólo las quieren para enarbolarlas a modo de espantajo o de ariete contra los que no bajan la testuz a su paso.

Ética

Quítenle la tilde al título y les quedará “etica”, es decir, un diminutivo de ETA, las tres letras que encierran las obsesiones y perversiones de una legión de salidos intelectualoides con balcón al kiosco. Ahora que están tan de moda los equipos multidisciplinares, se debería crear uno integrado por psiquiatras, veterinarios y exorcistas que traten de desentrañar lo que se esconde tras la compulsiva búsqueda de la triada alfabética allá donde miren. ¿Salivarán como el chucho pavloviano cuando ven u oyen pronunciar las palabras biciclETA, ETAnol o mETAcarpo? Me apuesto mi improbable futura pensión a que sí.

Y si se trata de hallar el grial en vocablos de la fabla diabólica de los vascones, a la avenida de jugos gástricos le sigue un movimiento de colita histérico. Es lo que ocurrió en el episodio que les vengo a contar. Confieso que no es una exclusiva ni nada parecido. Lleva un par de días de rule por el ciberespacio y doy por hecho que ocho de cada diez de ustedes están al cabo de la calle. Sea, pues, por los otros dos y, sobre todo, porque en estas cuestiones no hay que temer la repetición.

Nos remontamos al sábado, 27 de agosto. La víspera, día grande la Aste Nagusia de Bilbao, se había celebrado en la capital vizcaína una manifestación para reivindicar, según la convocatoria, “que la palabra de nuestro pueblo sea respetada”. El Mundo ilustró la noticia en su primera página con la fotografía de unas personas que sujetaban una pancarta en la que se leía “ETA”. Para hacerlo más siniestro, la nota al pie rezaba: “Los abertzales toman Bilbao”. En el resto de los medios pudimos ver el trile. El lema completo era “Inposaketarik ez”. Pero al ojo de águila avituallado por Pedro Jota Ramírez le sobraron letras. Se ganó el azucarillo. Descubierto el fraude, el de los tirantes, encantado de haberse conocido, galleó: “Es una foto de Pulitzer”. En Twitter nació un trending topic: #pedrojETA.