Unidad a la fuerza

Leo, oigo y veo que el aniversario del 11-M se ha conmemorado en un encomiable espíritu de unidad. Para mi sorpresa, esta versión sacarinada no es solo la del ultramonte oficial siguiendo los deseos del Gobierno español, que este año quería vender la moto de la balsa de aceite y el pelillos a la mar. Qué va, también han tragado con el potito otros que habitualmente hacen gala de una pituitaria más fina y acostumbran a buscar tres pies al gato para que no se la metan doblada. Intuyo que en estos casos se ha tratado de un ejercicio de contención por no echar más sal en una herida que, digan lo que digan, permanece abierta. Aprecio el gesto, pero creo que es un error participar de la sugestión colectiva.

Como poco, habría que anotar que la presunta unidad lo fue a la fuerza y casi por decreto. Fue un abuso de la buena voluntad de las víctimas tradicionalmente ninguneadas y hasta insultadas, a las que se arrastró, casi como si fueran piezas decorativas, a unos actos de homenaje de cartón piedra para la galería. De saque, les montan un funeral ¡católico! de Estado, sabiendo que muchas de ellas profesan otras creencias o simplemente no tienen ninguna. Luego, deben soportar que el oficiante de la homilía, el ya cesante Rouco, les casque ante sus narices la patraña conspiranoica que tanto daño les ha hecho. Lo siguiente es ver cómo se concede el protagonismo a la AVT, cuya presidenta aprovecha el viaje para arrimar el ascua a su eterna sardina. Como remate, en los saludos protocolarios, el Borbón y su señora le hacen un feo del quince a Pilar Manjón. Y a eso le llaman unidad. Pues hay que jorobarse.

Una fecha secuestrada

Nada que no conozcamos por aquí arriba. El dolor se ejerce en régimen de monopolio. Como mucho, se puede aspirar a una franquicia si juras y pruebas adhesión inquebrantable a los principios fundamentales de la secta. Para los que no tragan, escarnio público. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Pilar Manjón, que tuvo que leer ayer en el editorial de El Mundo que ha demostrado que le puede más el odio a quienes no comparten sus ideas que el dolor por la muerte de su hijo. Así las gastan los acaparadores y especuladores del sufrimiento. ¿Se atrevería alguien siquiera a imaginar unas palabras similares sobre personas cuyo nombre no pienso escribir pero que sé que están en la mente de cualquiera?

Igual que han hecho con prácticamente todo lo demás, quieren quedarse con el 11-M en propiedad. Dicen que es por los muertos, por la sangre derramada y, qué cara, por la búsqueda de la verdad. Si hubiera algo de cierto, no les habríamos visto echando paletadas de mentiras infames a lo que ocurrió. En el minuto uno, cuando a casi todos nos cupo una duda razonable, pero también en el dos, en el tres, en el cuatro y en el cinco, cuando ya la patraña era insostenible pero había que ganar las elecciones a toda costa y, conscientemente, se dejó que la máquina de intoxicar siguiera en marcha. Lo que no alcánzabamos a sospechar es que aquello que ya nos resultaba imposible de concebir con los cuerpos aún calientes se vería corregido y aumentado durante ocho años consecutivos. Más los que vendrán, me temo.

Eso es quizá lo peor, que no tienen la menor intención de dejar que las personas asesinadas en los atentados de Madrid descansen en paz. Ni ellas ni, por supuesto, sus familias. Las han tomado como rehenes, como fetiches, como mascotas. En realidad, bien lo sabemos, les importan una higa. Sólo las quieren para enarbolarlas a modo de espantajo o de ariete contra los que no bajan la testuz a su paso.