El negacionismo crece y crece

Ciertamente, no se puede decir que fueran cuatro y el del tambor. La manifestación negacionista del pasado sábado entre Irun y Hendaia contó con una asistencia más que nutrida. Las imágenes dan fe de ello. Centenares de personas —por supuesto, sin mascarilla y arracimadas las unas sobre las otras— de ambos lados de la muga recorrieron las dos localidades exhibiendo pancartas pedestres con lemas visionarios y coreando las consignas esotéricas de rigor. Lo hacían, una vez más, en nombre de la libertad. De la de contagiar alegremente un virus que en año y medio ha causado millones de muertes en el planeta y ha dejado incontables secuelas probablemente permanentes entre quienes lo han padecido.

Resulta tremendo (y ahí es donde quiero llegar con estas letras que me costarán un reguero de biliosas diatribas de los aludidos) ver el tamaño que va adquiriendo este movimiento que no acepta la evidencia que sus propios ojos deberían mostrarles. De convocatoria en convocatoria, crece la afluencia a estos saraos y, lo peor, también escala el engorilamiento de sus representantes que pretenden convencernos de que lo que está ocurriendo obedece a una conspiración mundial para secuestrar las conciencias y convertir en esclava a la humanidad. La cosa sería una extravagancia si todo se quedara en sus estrafalarias proclamas. Ocurre, sin embargo, como hemos visto en esta última ola, que el ejercicio de lo que reclaman como derechos individuales inalienables —no vacunarse y pasarse por la sobaquera las recomendaciones sanitarias— tiene consecuencias demoledoras en la salud de sus congéneres.

De Bosé a Fernando Simón

El 90 por ciento de los menores de 60 años que recibieron la primera dosis de AstraZeneca en el estado han pedido recibir la segunda de la marca maldita. Y eso es así pese a que su elección implica retrasar su inmunización hasta que haya suministro y que, además, deben pasar por el trago como poco psicológico de firmar un consentimiento informado, algo que se evitarían si hubieran optado por la prestigiada Pfizer. Ya he repetido no sé cuántas veces que todo este psicodrama se hubiera evitado si las autoridades sanitarias españolas, esas que no distinguirían la cogobernanza de una onza de chocolate, hubieran sido transparentes. Aquí no había una cuestión sanitaria, como prueba lo que sigue diciendo la Agencia Europea del Medicamento, sino un problema de aprovisionamiento y, como causa o consecuencia de lo anterior, una guerra farmacéutica. Lo honrado habría sido contarlo así, en lugar de trasladar la decisión al ciudadano de a pie. Por eso resulta especialmente indignante que Fernando Simón haya terciado en el asunto para invertir la carga de la prueba y, en el mismo viaje, insultar gravemente a las víctimas de la ceremonia de la confusión provocada por su propio gobierno. Según el bienamado e intocable Simón, esa mayoría absolutísima de personas que siguen manifestando su preferencia por AstraZeneca para la segunda dosis son una panda de borregos alienados por oscuros grupos de presión conchavados con medios de comunicación que quieren desalojar a Pedro Sánchez del palacio de la Moncloa. Díganme si, además de una ofensa intolerable, no es una teoría de la conspiración a la altura de las que propaga Miguel Bosé.

Rusos, ¿para qué?

Risas con los rusos. Aunque se comprende que parece como puesto a huevo, no sé yo si las haría. ¿Nadie recuerda ya el descojono con el Comando Dixán? Pues luego vino el 11-M, y de ahí en adelante, la oleada de matanzas en nombre del Islam en el infiel Occidente. Vamos, que dicen en la tierra de mi padre que haberlas, haylas. Por lo demás, con una docena de lecturas no necesariamente de ficción sabríamos cómo las gastan las huestes putinescas. ¿Teoría de la conspiración? Como para fiarse y no correr. Nadie mejor para contarlo, si quisiera, que el avezado catalanista Julian Assange.

Otra cosa, de acuerdo, es que en la tragicomedia del nordeste estén de más los mercenarios profesionales de la manipulación. Nos bastamos y nos sobramos con los amateurs, igual en Independilandia que en Hispanistán o en la inmensa Babia intermedia de los equidistantes, los ni carne ni pescado, los que pretendemos no hacernos trampas al solitario y, en general, cualquiera no dado a las adhesiones inquebrantables.

Ahí iba yo. ¿Quién necesita que le lave el cerebro un ruso cuando se lleva de serie inmaculado a la medida exacta de la causa en que se milite? El descaro llega a tal extremo, que se miente utilizando la verdad. Ahí tienen, por ejemplo, a los que están confesando en fila india que se declaró la República cuando no estaba ni a medio hacer, e inmediatamente después aseguran que no han dicho lo que han dicho, pero vuelven a repetirlo ante la siguiente alcachofa que les ponen. Lo tremebundo es que las teóricas víctimas del trile no se revuelven contra quienes se la han pegado sino contra quienes constatamos el engaño.

No se hable del tiempo

Anoten la penúltima del manual del perfecto progre: informar sobre la ola de calor es una forma sibilina de colaboracionismo rastrero con el sistema. Con el neoliberal-capitalista, con cuál va a ser. O de entreguismo puro y duro. Como lo están leyendo. Sostienen las almas de inmaculada pureza que la proliferación de noticias sobre las altas temperaturas obedece a un plan perfectamente diseñado para evitar que el populacho —que es tonto y traga con lo echen— se entere de las cuestiones candentes, palpitantes y hasta sangrantes. ¿Cómo cuáles? Cualquiera de las del catecismo habitual, qué sé yo, desde el TTIP o el CETA a la heroica huelga de estibadores pasando por las corruptelas sin cuento del PP, la cuestión catalana o los 60.000 millones de euros del rescate a los bancos que se dan por perdidos definitivamente.

Un momento, dirán ustedes, de todas esas cuestiones se habla a tutiplén por tierra, mar y aire. Hasta el aburrimiento en algunos casos. Bueno, pues da igual. Más se tenía que hablar, no se me pongan cuñados. A ver con quién han empatado para discutir la superioridad moral de los que decretan sobre qué se debe piar y sobre qué no. Y hasta nueva orden se ha decidido que es de mala nota y baja estofa que los medios de comunicación convencionales contemos a nuestra clientela que los termómetros andan desbocados y el personal va por ahí sudando la gota gorda. Se supone que incurrimos en una obviedad innecesaria pues todo el mundo con la cultura mínima sabe que en verano hace calor y que en invierno hace frío. Cosa distinta sería aprovechar el viaje para dar una teórica sobre el cambio climático.

Y ahora, pucherazo

Pasan las horas desde el baño de puñetera realidad de las urnas, y no deja de asombrarme la nula capacidad para asumirlo y mirar hacia adelante. Hay que joderse con la intolerancia a la frustración que gasta el personal. Lo penúltimo, para bochorno y al tiempo autorretrato, plañideras insinuaciones de pucherazo programado a gran escala. Muchos de los que se despatarraban con razón de los conspiranoicos del 11-M andan ahora berreando por las esquinas que la mortificante victoria del PP obedece a turbias maniobras de las cloacas del Estado. No faltan diarios comprometidos que difunden las especies, y hasta se ha puesto en marcha una petición de firmas en internet para que —cito textualmente— “las autoridades españolas y europeas” hagan una auditoría sobre las elecciones ante el hecho de que “los resultados no se corresponden en absoluto con ninguna de todas las encuestas”. Pueden creer que a la hora de escribir estas líneas se habían sobrepasado las 140.000 adhesiones y seguía subiendo la cosa.

Que sí, que conocemos cómo las gastan determinados responsables del orden y la ley. También son palmarios los casos de carretadas de ancianos —ojo, asimismo amorosos abuelitos llevados de a uno por sus nietos alternativos— a ejercer determinado voto inducido. Todo eso merece su denuncia, su investigación y, aunque esto ya es esperar peras del olmo judicial español, su castigo. Sin embargo, roza el patetismo indecible convertirlo en fraude sistemático para explicar una pura y dura bofetada electoral que tiene un origen bastante más probable. Por ejemplo, una estrategia equivocada sostenida contra viento y marea.

Unidad a la fuerza

Leo, oigo y veo que el aniversario del 11-M se ha conmemorado en un encomiable espíritu de unidad. Para mi sorpresa, esta versión sacarinada no es solo la del ultramonte oficial siguiendo los deseos del Gobierno español, que este año quería vender la moto de la balsa de aceite y el pelillos a la mar. Qué va, también han tragado con el potito otros que habitualmente hacen gala de una pituitaria más fina y acostumbran a buscar tres pies al gato para que no se la metan doblada. Intuyo que en estos casos se ha tratado de un ejercicio de contención por no echar más sal en una herida que, digan lo que digan, permanece abierta. Aprecio el gesto, pero creo que es un error participar de la sugestión colectiva.

Como poco, habría que anotar que la presunta unidad lo fue a la fuerza y casi por decreto. Fue un abuso de la buena voluntad de las víctimas tradicionalmente ninguneadas y hasta insultadas, a las que se arrastró, casi como si fueran piezas decorativas, a unos actos de homenaje de cartón piedra para la galería. De saque, les montan un funeral ¡católico! de Estado, sabiendo que muchas de ellas profesan otras creencias o simplemente no tienen ninguna. Luego, deben soportar que el oficiante de la homilía, el ya cesante Rouco, les casque ante sus narices la patraña conspiranoica que tanto daño les ha hecho. Lo siguiente es ver cómo se concede el protagonismo a la AVT, cuya presidenta aprovecha el viaje para arrimar el ascua a su eterna sardina. Como remate, en los saludos protocolarios, el Borbón y su señora le hacen un feo del quince a Pilar Manjón. Y a eso le llaman unidad. Pues hay que jorobarse.

11-M, no olvidar

Mi primer recuerdo del 11-M es la voz estupefacta de Xabier Lapitz dando paso a la corresponsal de Radio Euskadi en Madrid, Ainara Torre. De conexión en conexión, aumentaba el número de muertos a un ritmo que escapaba a lo humanamente asimilable. Los detalles caían en tromba y sin filtrar. Tantas explosiones en tantos trenes en tantos lugares. De fondo, un aullido incesante de sirenas, que aun a quinientos kilómetros y pese a llegar por vía telefónica, no le dejaban a uno pensar con la mínima claridad. Siento no ser uno de esos sabios retrospectivos que juran —o sea, perjuran— que desde el minuto cero albergaban la certeza de que aquello no había sido obra de ETA. Prefiero no preguntarme sobre el alivio que produjo la constatación de que la autoría apuntaba hacia otro lado.

Claro que es bastante peor la miseria moral de los que se empeñaron en que sí contra toda evidencia y buscando un provecho nausebundo. Y no lo hicieron durante un día, una semana o un mes. Todavía entre el diluvio de material conmemorativo que nos ha caído coincidiendo con el aniversario, buena parte de las versiones se refocilaban, como poco, en la duda. El jefe de los troleros, José María Aznar, sigue alimentándola sin rubor, con la ayuda de su propagandista mayor, Pedrojota, y toda la patulea de canallas que, en su indecencia sin límites, se convirtieron en abogados de los asesinos e insultaron a las víctimas con una saña inaudita.

Bienvenidas las flores, los pebeteros, los minutos de silencio, los montajes de imágenes con músicas emotivas para cerrar el telediario. Nada, sin embargo, como el propósito de no olvidar.