El epílogo chusco pero impepinable del singular desarme del sábado en Baiona es la atribución de la victoria y de la derrota tras seis decenios de barbarie. La prensa del día siguiente, o por lo menos, buena parte de ella, entró de hoz y coz a la disputa. Con la camiseta del equipo correspondiente se proclamaba el éxito arrollador de las huestes propias. “ETA se ha rendido”, proclamaban los tirios. “El Estado español (y el francés) ha(n) hecho el ridículo”, bramaban los troyanos, tan venidos arriba que ni se daban cuenta de qué manera postrera le estaban dando la razón al juez que veía amanecer.
No es que sospeche ni me tema, es que sé a ciencia cierta que esta va a ser la gran contienda de los próximos años. De hecho, hace tiempo que ya entramos en esa fase, que no por casualidad llaman batalla del relato: ba-ta-lla. Lo de menos es la verdad. Se trata de saber venderla. Primero se coloca en la parroquia propia —eso ya está— y después, a base de lluvia más fina o más gruesa e inmisericorde repetición, se intenta hacer comulgar a todo quisque con la rueda de molino. Como si los acontecimientos históricos fueran cuestión de opiniones.
Ya, muy bien, columnero, pero según usted, ¿quién ha ganado y quién ha perdido? Sinceramente, casi tengo una respuesta para cada vez que me lo pregunto. En ocasiones, creo que las más, siento la certeza de que prácticamente todos hemos palmado por goleada y con nulas posibilidades de equilibrar algo en el partido de vuelta. Otras, en cambio, miro a mi alrededor, veo escenas imposibles hace solo diez y no digamos quince años, y siento que poco a poco vamos remontando.