No hacía falta leerse los miles de folios del sumario. Bastaba haber escuchado las grabaciones de las patéticas conversaciones —amiguito del alma por aquí, besito por allá— para ver toda la inmundicia en la que andaba metido Camps. Pues ahí lo tienen, libre como el viento y agradeciendo con su sonrisa vampiresca, ¡vaya huevos!, el apoyo de la “España limpia” (palabras literales) que le ha quitado de encima el marrón. Es “no culpable” porque lo han decidido cinco tipos elegidos al azar de entre un censo que, eso sí que duele, lo votaba por mayoría absoluta a pesar de (o tal vez por) su currículum con olor a podrido. Viene a ser como si los socios del Madrid tuvieran que imponer una sanción a Pepe por el pisotón alevoso a Messi. Un atropello a plena luz del día y con recochineo ante el que, para colmo, hay que callarse so pena de ser tildados de irrespetuosos con el sacrosanto Estado de Derecho funcionando a pleno pulmón.
Pues que le vayan dando al tal Estado de Derecho con E y D mayúsculas. Bastante bien lo conocemos en esta tierra donde si se oye ruido en la puerta a las cinco de la madrugada nunca es aquel lechero que decía Churchill. Cualquier intento de tener un gramo de fe en las togas se nos ha ido por el desagüe a fuerza de tragar una arbitrariedad tras otra, no pocas veces acompañadas, además, por una ración de jarabe de palo. Y si alguna vez hemos salido bien librados de una, ha sido más por pura chamba o porque había una riña de familia político-judicial que por aplicación de los fundamentos de legalidad.
Pero como no hay situación horrible que no sea susceptible de empeorar, el mismo día de la suelta con todas las bendiciones de Camps, el nuevo ministro español de Justicia ofreció un menú degustación de lo que se nos viene encima. Cadena perpetua, doctrina Parot a todo trapo y, de propina, establecimiento de tasas para que que sólo litigue quien se lo pueda permitir.
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Bildu, y tanto que papelón
Otra vez el Estado de Derecho funcionando a pleno pulmón, lo que adaptado a la realidad del Reino de España en 2011 se traduce en la enésima repetición del juego de Juan Palomo. Juntos y revueltos, los poderes -¿a quién le suena un tal Montesquieu?- se guisan y se comen la ficha que sigue sobrando en su parchís. Bildu es, en esta ocasión, el nombre de la liebre señalada para el sacrificio ritual bajo la archiconocida acusación: forma parte de la estrategia de ETA. Palabra de Pérez Rubalcaba. Te alabamos, Señor de las tinieblas democráticas. Hágase tu voluntad, por supuesto, con el concurso de las fuerzas vivas, que aquí hay labor para todas y cada una de ellas. Policias de uniforme diverso, políticos del banco azul y la leal (en esto sí) oposición, boletines oficiales y oficiosos y, como rematadores de la faena y revestidores de legalidad parduzca, jueces de probada eficacia, tienen un pito que tocar en la charanga de las libertades pret-a-porter. Nada que no nos resulte familiar. Listas o siglas que cuelan por despiste o interés arriba o abajo, van ya como catorce ejecuciones calcadas de la misma jugada.
Bendita ingenuidad, la de quienes pensábamos que en estas elecciones se iba a romper por fin el maleficio y volveríamos a tener completa la baraja de papeletas para echar en la urna. En nuestro voluntarismo a prueba de fiascos reiterados, creímos ver signos que apuntaban hacia ese final medio feliz. Dábamos por hecho, eso sí, que Sortu, aun con los estatutos más inmaculados de todo el espectro político, no pasaría el tramposo corte. Sin embargo, ni en la peor de las previsiones entraba que hubiera bemoles para tratar de cerrar el paso a una propuesta como Bildu, avalada por trayectorias fuera del menor asomo de duda.
El caso es que los ha habido. Y aquí estamos, a la espera del próximo capítulo. Deciden los de la toga. Menudo papelón, dice el tibio López. ¡Pues anda que el suyo!