Auténticos autónomos

Celebro que el Tribunal Supremo haya establecido en una sentencia de las que crean jurisprudencia que los repartidores de Glovo son trabajadores por cuenta ajena a todos los efectos. Otra cosa es que mi escepticismo incurable me lleve a temer que la compañía encontrará el modo de salirse con la suya; un contrato laboral puede ser perfectamente precario, como bien sabemos. Por lo demás, hay un par de reflexiones que quizá cabría plantearse sobre el fondo de este caso. La primera es muy obvia y apela a la hipocresía de quienes se echan las manos a la cabeza por las condiciones a las que se somete a los currelas de esta u otras empresas del pelo pasando por alto su complicidad al hacer uso de sus servicios.

La otra cuestión es quizá más sutil, pero nos retrata muy bien como sociedad que da por descontado que ciertos colectivos tienen menos derechos que otros. Lo que nos escandaliza de los falsos autónomos es la realidad diaria de los auténticos autónomos. Incluso con las cuatro birriosas mejoras que se han introducido recientemente, la mayoría de las personas que trabajan por cuenta propia carecen de los derechos que consideramos básicos cuando la relación es con una empresa o un empleador. Sorprendentemente —o no—, a los campeones mundiales de las denuncias de las desigualdades se les escapa esta.

El digno Echenique

Rastreen por ahí, que con un poco de paciencia y otro de suerte, quizá encuentren en una esquinita remota de la actualidad volandera la noticia de la ratificación de la multa a Pablo Echenique por no haber dado de alta en la Seguridad Social a su antiguo asistente personal. Cierto, no lo negaré, son mil eurillos, una minucia en el ránking de las corruptelas. Ni comparación con las millonadas que nos han rapiñado los profesionales del choriceo. Pero reflexionen media gota si esto va solo de cantidades afanadas. A ver si estamos diciendo sin decirlo, o sea, cobarde y vergonzosamente, que no está tan mal robar un poquito si hay quien roba a granel. O si reclamamos, poniéndonos dignos, el derecho de según quién a pasarse por el forro las obligaciones y, en el caso que nos ocupa, para más recochineo, a fumarse un puro con lo que se va proclamando y exigiendo a los demás.

Y ojalá la cosa se quedara ahí, en una disculpa difusa a modo de despeje a córner. Sin si ven el modo en que las pulcras y puras terminales mediáticas progresís han contado la vaina, comprobarán cómo han pretendido deslizar la culpabilidad hacia el empleado. Fue el cuidador del señorito Echenique, vienen a decirnos, quien, como trabajador por cuenta propia, debió haberse hecho cargo de la inscripción y las cotizaciones correspondientes. Qué mala suerte, la del pobre diablo; todo quisque es falso autónomo, salvo justamente él, que de entre todos los contratadores en negro fue a dar con uno con salvoconducto para hacer lo que salga de la sobaquera. Mal por el empleador fulero pillado en renuncio. Peor por quienes justifican su conducta trapacera.