Auténticos autónomos

Celebro que el Tribunal Supremo haya establecido en una sentencia de las que crean jurisprudencia que los repartidores de Glovo son trabajadores por cuenta ajena a todos los efectos. Otra cosa es que mi escepticismo incurable me lleve a temer que la compañía encontrará el modo de salirse con la suya; un contrato laboral puede ser perfectamente precario, como bien sabemos. Por lo demás, hay un par de reflexiones que quizá cabría plantearse sobre el fondo de este caso. La primera es muy obvia y apela a la hipocresía de quienes se echan las manos a la cabeza por las condiciones a las que se somete a los currelas de esta u otras empresas del pelo pasando por alto su complicidad al hacer uso de sus servicios.

La otra cuestión es quizá más sutil, pero nos retrata muy bien como sociedad que da por descontado que ciertos colectivos tienen menos derechos que otros. Lo que nos escandaliza de los falsos autónomos es la realidad diaria de los auténticos autónomos. Incluso con las cuatro birriosas mejoras que se han introducido recientemente, la mayoría de las personas que trabajan por cuenta propia carecen de los derechos que consideramos básicos cuando la relación es con una empresa o un empleador. Sorprendentemente —o no—, a los campeones mundiales de las denuncias de las desigualdades se les escapa esta.

Cumpleaños de la Reforma

Seis años de la Reforma laboral del PP, nada menos. Y para conmemorarlo, deslucidas manifestaciones aquí y allá, más prueba de la derrota que del espíritu de lucha. Echen atrás la moviola y recordarán calles atestadas de santa indignación con la promesa de no sé qué estallido social al que le quedaban entre diez minutos y un cuarto de hora. Cuánta bendita ingenuidad rentabilizada por oportunistas avispados que supieron convertir el cabreo en una poltronilla para sus culos. Un saludo desde estas líneas a los profetas de cuarenta dioptrías que en aquellos días de rabia vaticinaron no ya la revuelta de la plebe que les acabo de mentar, sino la caída con estrépito del capitalismo al completo. Crisis sistémica, decían los muy cachondos, haciendo su cuento de la lechera. En lo que toca a España, se iban a ir por el desagüe de la Historia el bipartidismo, la monarquía borbónica y la economía de mercado. Lo primero, puede que haya ocurrido, pero si ven el resultado práctico actual y el que parece que se anuncia, con los naranjas pillando mucho cacho, el cambio ha sido a lo Lampedusa.

La Reforma que da origen a estas líneas es el perfecto resumen de lo que les digo. Prometió Soraya Sáenz de Santamaría al anunciarla que supondría un antes y un después. Y tal ha sido. En esta media docena de años, con la llamada crisis como coartada, se ha aprovechado para hacer una limpia a fondo del patio laboral. El resultado evidente ha sido convertir en crónico un nivel de precariedad que no se conocía desde mediados del siglo XX. Pero si miran los números de consumo, verán que en realidad que todo sigue igual. ¿Por qué?

Fin del sueño

Investidos de la autoridad que da fajarse con datos contantes y sonantes ocho horas al día, el sindicato de técnicos del ministerio español de Hacienda ha documentado lo que cualquiera con un par de ojos en condiciones de uso ve a su alrededor. Crece y no para la cantidad de personas —sí, de las de carne y hueso— que viven con lo puesto y aun tienen que rogarle a la Virgen, al banco y a los gobernantes que las dejen como están, porque no hay situación mala que no sea susceptible de deteriorarse hasta el infinito.

Según el cómputo de los inspectores, en el conjunto del estado español hay ya 20,6 millones de ciudadanas y ciudadanos mayores de 18 años que han caído al abismo de la precariedad, cuyo umbral técnico está en mil euros de ingresos mensuales. Nótese, de entrada, que hasta en la penuria hay grados. Por tremendo que parezca, no es lo mismo tratar de subsistir con 999 que con cero. Siempre hay alguien que está peor, aunque eso no debería servir de consuelo. Y por lo que nos toca en Euskal Herria, también sería de una autocomplacencia suicida celebrar que nuestras dos subdivisiones autonómicas figuran en la zona de alivio de luto de la lista de la miseria. Si nos comparasen con Burundi, todavía saldríamos mejor en las estadísticas, pero eso no surtiría las mesas de nuestros casi setecientos mil convecinos descolgados del pelotón del bienestar.

De hecho, más allá de las descorazonadoras cifras, la gran enseñanza del informe de los técnicos de Hacienda es lo poco que hace falta para perder pie y verse arrojado a la cuneta. En menos de un año se puede pasar de los salones de Arzak al comedor de Cáritas o del fin de semana en Baqueira a la notificación de desahucio. Como certeramente resume el título del estudio, le estamos diciendo adiós a la clase media. En realidad, al sueño de pertenecer a ella, porque la gran mayoría —ahora lo comprobamos— siempre estuvo ahí de prestado.

Otra murga del currelante

Ha sido una suerte que fuera un fulano con el nulo crédito de Díaz Ferrán quien reactualizara el viejo gag de “Menos samba e mais trabalhar” que popularizó en su mocedad Emilio Aragón. La proclama proestajanovista del empresario que convierte en pufo todo lo que toca se ha quedado, como cualquier cosa que diga el todavía patrón de patrones, entre parodia y parida. Si ha creado alguna división de opiniones ha sido, como le ocurrió a Lagartijo, entre los que se han acordado de su padre y los que le han mentado a la madre. Hasta José Blanco, maestro de recortadores de derechos sociales y notable reformador laboral, se ha permitido darle un par de collejas dialécticas al cenizo capataz de la CEOE.

Los que no creo que se rían tanto son los miles de productores -así llamaba mi abuela a los de buzo con lamparones de grasa o cemento- que llevan años haciendo realidad el sueño expresado en voz alta por el locuaz Díaz Ferrán. Un buen día les quitaron los donuts y la cartera y se encontraron con la nómina en los huesos y su vida convertida en la eterna subida y bajada de Sísifo a la misma montaña. Precariedad se llama el invento y se seguirá llamando igual por los siglos de los siglos porque jamás desaparecerá. ¿Por la impiedad de los malvados explotadores? Tal vez, pero no solamente por eso. La insolidaridad, el morro, el discurso infantil y simplón de muchísimos trabajadores y sus presuntos representantes tendrán mucho que ver en la perpetuación de la injusticia.

Otras sanguijuelas

Comprendo que no esperasen este giro liberaloide a mitad de columna, cuando parecía que iba a empezar a reclamar el poder para los soviets y la socialización de los medios de producción. Pero no le encuentro emoción a hacerme trampas en el solitario. En mi peculiar y seguramente no compartida escala de valores, el arquetípico jefe de personal cabroncete está a la misma altura -o sea, bajura- que el currela que no pega sello, bate el récord mundial de bajas por la jeró y/o tiene una capacidad igual a cero para el desempeño de su labor. Y no debe de ser casualidad que sea entre éstos de donde las empresas reclutan esos arquetípicos jefes de personal que decía.

Será siempre un misterio para mi por qué cuando sacamos el dedo de señalar sanguijuelas inevitablemente apuntamos hacia arriba y pasamos por alto a las que llevamos adosadas a la chepa. Luego son esos anélidos succionadores los que, como en el libro ese para yuppies, se llevan los quesos del personal y, de propina, profundizan su precariedad. Pero se van de rositas.