Amiga de la pobreza

Vaya por delante, y creo haberlo demostrado sobradamente, que estoy muy lejos de ser uno de tantos comecuras acelerados que pastan por la retromodernidad sin caer en la cuenta de que su airada cristofobia es borreguismo con sifón. Me suele ocurrir, de hecho, que mi resistencia a incorporarme a los linchadores de cualquier menudencia sospechosa de tener relación con la Iglesia católica me caricaturiza como un meapilas al servicio de la carcunda episcopal. Sin embargo, hay actitudes de la gran transnacional de la fe con las que no solo no puedo contemporizar, sino que directamente me llevan la bilis al punto de ebullición. La más reciente, el descomunal show que se ha montado alrededor de la canonización de esa lunática con velo que se hacía llamar Madre Teresa de Calcuta.

Cierto: cada club pone sus normas y los no socios poco tienen que decir. La salvedad es que, con o sin carné de la cosa, ha resultado imposible huir de la torrencial lluvia de melaza y cieno a mayor gloria —literalmente— del extravagante icono pop ahora elevado a los altares. ¿Amiga de los pobres? De la pobreza más bien, como denotan sus incontables aleluyas al padecimiento de los infelices. “Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la pasión de Jesucristo. El mundo gana con su sufrimiento”, llegó a decir con un sadismo ególatra del tamaño de las macroleproserías en las que, como han apuntado decenas de testigos presenciales, en lugar de la sanación, se procuraba la muerte más o menos dulce y fotogénica de las víctimas propiciatorias. Si esa es la santidad, quizá resulte más estimulante el infierno.

Esto es porque sí

“¡Ajajá! ¡Así que usted es de los que piensan que la solución a la violencia es más violencia, o sea, más bombas!”. Lamento pinchar ese globo, pero tampoco. Nada de lo escrito en mis anteriores columnas invita a pensar tal cosa. Bien es cierto que tampoco creo que la cosa se pare con “la grandeza de la Democracia”, como va diciendo campanudamente por ahí Pablo Iglesias, sabiendo, porque tonto no es, que la frase es de una vaciedad estomagante, amén de insultante para las víctimas. Ni mucho menos “con la unidad que derrotó a ETA”, que es la soplagaitez que se le ocurrió soltar a la luminaria de Occidente que en la pila bautismal recibió el nombre de Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

¿Y cómo, entonces? Pues mucho me temo que ya andamos muy tarde. Todas esas coaliciones internacionales de venganza van a servir, como mucho, para bálsamo del orgullo herido, para marcar paquete y, lo peor, para acabar una vez más con la vida de miles de inocentes. Es probable que también de algunos malvados, pero, ¿merece la pena? Yo, que no soy más que un mindundi, digo que no.

Del mismo modo y con la misma falta de credenciales, añado que tampoco veo que solucione nada, más bien al contrario, declararse culpable, bajar la cabeza y liarse a proclamar que no hay que enfadar más a los criminales. Tantos doctorados, tantos sesudos artículos leídos y/o escritos, para que luego obviemos lo más básico: esto es porque sí. Es verdad que hay media docena de circunstancias que podrían servir como coartada, pero aunque no se dieran, salvo que nos queramos engañar a nosotros mismos, sabemos que estaríamos exactamente en las mismas.

Ya, pero es que…

Es tan simple, tan básico, tan primario, como manifestar el horror, la rabia, el asco, la conmoción, la impotencia o, desde luego, el rechazo. Tal como le salga a cada uno, que aquí no hay patrones, pero en cualquier caso, renunciando a la maldita tentación contextualizadora, que como ya escribí hace unos días, demasiadas veces es indistinguible de la justificación más infecta. ¿Aceptarían los requetebienpensantes que ante los asesinos bombardeos de Israel sobre Gaza la primera reacción tuviera como apostilla inmediata una teórica acerca de las cosas malísimas que hacen los palestinos? Claro que no, ni ellos ni cualquiera con medio gramo de decencia personal e intelectual.

¿Por qué, entonces, frente a hechos como el de ayer en París, que no tienen media vuelta, hay que subirse a la parra de los “ya, pero es que…” seguidos de una retahíla argumental de chicha y nabo? ¿Nadie se da cuenta de lo que canta la excusatio non petita y reiterada martingala que nos conmina, como si fuéramos parvos, a no confundir el Islam con el integrismo islamista (o islámico, según el filólogo que esté de guardia)? ¿No será que quien no diferencia lo uno de lo otro, pero a la inversa, es quien tiene que agarrarse a tal comodín? Tan revelador de una conciencia temblequeante como otra de las frases más repetidas en las últimas horas: “Esto solo beneficia a Marine Le Pen (o en la versión local, a Maroto)”.  Y ya fuera de concurso, la gachupinada de rechazar los fanatismos “vengan de donde vengan”, como si en cada ocasión no se pudiera denunciar específicamente a los canallas concretos que han perpetrado la atrocidad.

Contextualizar, justificar

Un centenar larguísimo de niños masacrados en nombre de Alá en una acción diseñada, como se jacta el canalla que la reivindica, específicamente para causar el mayor dolor posible. A miles de kilómetros, ¿qué menos que unas palabras que expresen el rechazo visceral y sin matices de la matanza? Sí, aunque sea para absolutamente nada, para exorcizar la incredulidad y la efímera mala conciencia porque en el fondo sabemos que pasado mañana ya no nos acordaremos. O simplemente como muestra de que seguimos siendo humanos y, como tales, nos estremecemos ante la idea —¡no digamos ante las imágenes!— de una hilera de criaturas cosidas a balazos.

Parecería poca cosa, ¿verdad? Pues hay una inmensa legión de contextualizadores compulsivos a los que se les hace un mundo tirar por lo más primario, que es la reprobación moral a pelo y sin más adornos. Antes tienen que colocarnos la consabida teórica estomagante que, después de culebrear por los manidos potitos demagógicos de todo a cien, suele concluir con la martingala de que hay otros todavía más malos que los autores materiales de las brutales carnicerías. Aunque quizá acaben reconociendo a regañadientes que disparar a bocajarro contra niños no está del todo bien, no lo harán sin dejar claro que, allá en el fondo, la escabechina obedece a unas causas: que si la pobreza, que si la hipocresía de la comunidad internacional, que si las torturas de Guantánamo y Abu Ghraib… Francamente, resultando nauseabundo, sería intelectualmente más honesto que dejaran de aburrir con sus slaloms dialécticos y celebraran abiertamente el éxito de los golpes al imperialismo.