Acabaremos teniendo que pedir perdón por no dedicar el confinamiento a leer tochos de autores ignotos a 25 euros la pieza. O por no sacrificar nuestras retinas y nuestros cerebelos frente a las llamadas series de culto, denominación que suele querer decir que son tubos infumables producidos con el único fin de tirarse el moco. O, en fin, por no ser capaces de enriquecer nuestro encierro con todas las cosas elevadísimas para el espíritu a las que se entrega esa élite que muestra su desprecio por la zafiedad de las costumbres del populacho en estos días de clausura domiciliaria obligada.
Quizá hayan tenido la suerte de no cruzarse en las redes (que es donde ahora hacemos mayormente la vida dizque social) con estos individuos de mentón enhiesto y rictus, según los ratos, de asquete o de ironía ante lo que arrumban como costumbres bárbaras de la chusma. Yo, sin embargo, no paro de darme de morros con sus diatribas contra cualquiera de las iniciativas con las que los tipos corrientes y molientes tratamos de hacer más llevadero el chape. Enarcan la ceja ante los aplausos de las ocho, fingen erisipela cuando denuncian haber escuchado Resistiré o ¿Quién me ha robado el mes de abril?, se mofan de las pancartas caseras con mensajes de ánimo y, en definitiva, se retratan como los absolutos esnobs que son.