Tengo escrito aquí mismo que ignorancia y maldad no son carencias excluyentes. Al contrario, lo frecuente es que la una se apoye en la otra —y viceversa—, formando una sociedad de consecuencias letales para quien se ponga a tiro. Acabamos de ver una vez más el fenómeno en la chorripolémica respecto al Concierto y el Convenio que se han maravillado por centésima vez los tiñosos tocapelotas del centralismo cañí, incluyendo en semejante concepto a pajes periféricos como ese tal Miquel Iceta, cuya talla política es, y así lo muestra al mundo sin vergüenza, la del cuñado piripi que se viene arriba en una boda; algún día, alguien analizará que toda su aportación al debate catalán sea un bailoteo.
Con todo, el chistezuelo (también de cuñado, subsección más gracioso que la puñetera eme) que hizo el secretario general del PSC convirtiendo cupo en cuponazo no es la mayor de las desventuras que hemos oído desde que empezó la martingala de marras. Peor fue, entre otras cosas, por la reincidencia, el par de veces en que la nulidad sideral que atiende por Susana Díaz metió la pezuña en el charco y habló —insisto: dos veces— de modular el cupo. La muy zote piensa, y parece que ningún conmilitón se ha preocupado en sacarle del error, que la cosa funciona exactamente al revés. Es, literalmente, el ladrón creyendo a todos de su condición. Como la comunidad que gobierna sí recibe de la cacareada caja común un pastón que se va en corruptelas y/o en la compra desparpajuda de votos a través de ese escándalo intocable llamado PER, Díaz está segura de que el cupo consiste en recibir. Pues no, calamidad, es dar. Y mucho.