La triderecha navarra

El de UPN debe de ser foralismo grouchomarxiano. Si no les gusta o si no nos conviene, tenemos otro. El concepto se puede retorcer hasta el quinto tirabuzón y llegar, tachán, tachán, al antiforalismo necesario para meterse en una santa alianza con Ciudadanos, el partidete que nos ha venido dando la matraca de los privilegios vasco-navarros —según su terminología— desayuno, comida y cena. Anda que no nos habremos jalado veces la cantinela del figurín figurón naranja sobre el cuponazo, la insolidaridad y hasta el expolio que perpetramos los censados en los cuatro pérfidos territorios sobre el indefenso pueblo español.

Ahí están las hemerotecas, las videotecas y las fonotecas. De hecho, basta una leve espeleología en los archivos para encontrar las collejas cruzadas entre los ahora socios en la legión que pretende rescatar el régimen de las manos rojoseparatistas en que ha estado durante los últimos cuatro años. Claro que, visto desde el otro lado, quizá el milagro pueda apuntárselo el mesías Esparza, que ha convertido para la causa a la banda de Rivera. Se dice que ayer mismo Inés Arrimadas iba predicando la buena nueva del Convenio. Por supuesto, ni caso. En cuanto les pregunten por la cosa en Sigüenza o Almendralejo, negarán siete veces siete. O cantarán la gallina, que es lo que sabe desde el principio hasta el menos informado: el fin justifica los medios, y si hay que mezclar agua y aceite, se mezcla. Y si hay que vender Navarra —porque esto sí es vender Navarra—, se vende. No quisiera adelantarme demasiado, pero esto apunta a que el PSN ejercerá de árbitro una vez más. ¿Nos preparamos para otro agostazo?

Agitar el avispero

Advierto de que la que sigue viene a ser la misma columna de ayer despojada de su carga sarcástica. O de la mayor parte, vamos, que las querencias naturales no son fáciles de torear. Y uno, qué les voy a contar que no sepan a estas alturas, derrota por lo ácido. Creo que ni siquiera es un recurso estilístico, sino una especie de mecanismo de defensa frente a las agresiones que mezclan la mala fe con unos litros de esa ignorancia, la peor, impermeable a cualquier pedagogía. Es decir, exactamente el tipo de metralla dialéctica que se está disparando contra Concierto (o Convenio) y Cupo (O Aportación).

¿Por qué es así? He ahí, a mi entender, la pregunta pertinente, con una respuesta sencilla al primer bote: simplemente, es norma de la casa despachar cualquier debate a salivazos y regüeldos. Pero esta vez no se trata solamente de eso. Aunque el que sostiene el banderín de enganche es el petimetre naranja, la ofensiva contra el modelo de financiación de los cuatro territorios forales la están llevando a cabo los legionarios mediáticos más bregados y faltos de escrúpulos. Junto a las mandangas de los privilegios o la insolidaridad —el “Euskadi nos roba”, tócate las narices—, se agita sin rubor el manido espantajo de ETA como origen del pérfido sistema fiscal. He vuelto a escuchar, se lo juro, la letanía del árbol y las nueces.

Noten que hasta anteayer, había quien pretendía vender el nacionalismo vasco como el bueno y razonable, el que no se metía en aventuras, mantenía la paz social y caminaba con paso firme hacia la prosperidad. Un panorama, en definitiva, nada rentable para los que viven del conflicto.

Pues que nos echen

Comparto con la amable y espero que comprensiva concurrencia mi congoja infinita. Desde la semana pasada, apenas pego ojo cavila que te cavila sobre las desgracias sin cuento causadas por el descomunal egoísmo de los privilegiados señoritos que habitamos en los cuatro territorios forales, mayormente, en los tres de la demarcación autonómica.

¿Sabían ustedes que mientras nuestras criaturas van a las ikastolas en Rolls Royce a aprender a amar a Sabino y a odiar a España, condenamos a los niños andaluces al fracaso escolar y no les damos más opción que tirar del PER cuando se hacen talluditos? ¿Son conscientes de que el vicio que tenemos en la pecaminosa Vasconia por hacernos TACs, ecografías y operaciones para ponernos tetas o alargarnos el pene a cargo de Osakidetza provoca que en los hospitaluchos extremeños no alcance ni para árnica y se deba anestesiar con peleón a los que no se mueren en las kilométricas listas de espera antes de llegar al quirófano? Ni idea, ya me imagino. Es lo que tiene vivir mirándose el orondo ombligo sin dar un palo al agua, chupando la sangre de nuestros siervos de Logroño, Alpedrete, Huesca o Valencia, que tuvo que desprenderse dolorosamente de su circuito de Fórmula Uno, una necesidad básica, porque los de aquí arriba nos lo pulimos todo. Vergüenza tendría que darnos sajar a nuestros convecinos a base de Cupo y Concierto (o de Aportación y Convenio), esas regalías que debemos —según el historiador pardo a quien se escuche— a las carlistadas o a ETA agitando el árbol para que el PNV recogiera las nueces. Sinceramente, nos merecemos que nos echen. A ver si hay suerte.

Derechos y privilegios

A 150 kilómetros, sigo con pasmo infinito el novelón del convenio-chollo de la Sanidad Pública navarra con la universidad privada y su clínica adosada. Con la Obra de san Josemaría hemos topado. O en palabras mil por mil pertinentes del portavoz de Geroa Bai, Koldo Martínez, con la médula de la Navarra católica, foral y española. Lo brutalmente revelador es que tal médula sea apenas un billetero. Por más que se engole la voz y se inflame la carótida, todo acaba siendo cuestión de pasta y, como síntesis, de unos sentimientos de superioridad e invulnerabilidad arraigados en el tiempo y amparados… hasta ahora (¡ay!) por los sucesivos gobiernos, santificado sea el quesito ya rancio de Miguel de Corella.

Humanamente, se comprende el cabreo de los trabajadores y las trabajadoras de la Universidad y la Clínica. No debe de ser fácil distinguir un privilegio de un derecho, sobre todo, cuando el momio viene de largo y a nadie se le ha ocurrido discutirlo. 30 años pagando la misma cuota que cualquier hijo de vecino y disfrutando de un servicio exclusivo porque la diferencia la apoquinaba el erario común. Ahí la igualdad ni está ni se la espera. Claro que lo más lisérgico, rozando lo insultante, es tener que lidiar con cuentas de la vieja que pretenden demostrar que la bicoca descarga la sanidad pública y, por tanto, los verdaderamente beneficiados son los pringadetes que la utilizan porque no les queda más remedio. Hace falta un enorme desparpajo para defender ese planteamiento. Por fortuna —y no hay mejor moraleja—, como otras que han ido cayendo desde junio, esta gran injusticia forma parte del pasado.

El Concierto PLUS

Confesémoslo: la mayoría nos situamos a favor o en contra del Concierto —lean también Convenio— en función de nuestras simpatías, por pura intuición o, en el mejor de los casos, a partir de media docena de nociones pedestres. No es poca cosa esta última, teniendo en cuenta que para el común de los mortales de las demarcaciones autonómica y foral de Euskal Herria, el instrumento que tanto influye en su día a día es un perfecto desconocido.

La buena noticia para partidarios, detractores y, especialmente, ignorantes —en el sentido más neutro de la palabra— es que Pedro Luis Uriarte nos acaba de proporcionar, literalmente gratis et amore, el modo de cubrir esa falla. Desde hace una semana, cualquiera que lo desee puede descargarse una magna obra titulada El Concierto Económico vasco: mi visión personal, fruto del trabajo de dos años de quien hace más de tres décadas negoció la recuperación de la herramienta clave para ser lo que somos. Quizá les parezcan inabordables sus 2.685 páginas divididas en 11 tomos, pero no se asusten. En el índice hallarán lo que busquen e, incluso, se verán tentados por lo que no busquen; PLUS sabe cómo captar la atención, se lo aseguro.

Y si, pese a todo, no encuentran tiempo o presencia de ánimo para enfrentarse a tan copioso material, tienen la esencia en cualquiera de las entrevistas que está concediendo su autor estos días. Lógicamente, les recomiendo que empiecen por lo que se ha publicado en los diarios del Grupo Noticias y, de un modo más egoísta, por la lección magistral que impartió el viernes en Euskadi Hoy de Onda Vasca. Les prometo que lo tendrán más claro.

¿Qué tal ‘modular’ el PER?

Conforme a pronóstico, mi columna anterior me ha procurado media docena de pescozones procedentes del sur de la península, bien es cierto que algunos de ellos, ejecutados con cariño por manos amigas. Menté, casi literalmente, la bicha, el gran tabú sobre el que hay mandato de guardar silencio o, mucho peor, defenderlo contra toda evidencia. Hablo del Plan de Empleo Rural, por sus siglas, PER, que me reitero en calificar como escandaloso artefacto para la compra de sufragios.

Tiene su gracia que al referirse a la vergonzosa situación creada por esta suerte de sopa boba, se emplee la expresión voto cautivo, cuando los encadenados no son quienes la reciben, sino los políticos que, sabiendo que la cosa no tiene medio pase, no se atreven a tocarla. Al contrario, alguna formación que empezó protestando ha terminado entrando en la habitual subasta electoral que consiste en prometer que se reducirá el número de peonadas necesarias para cobrar lo que en no pocos casos es un chollo.

Sí, eso he escrito, chollo. Nada tendría que decir si se tratase de un mecanismo de redistribución que persiguiera de verdad reducir las desigualdades y acabar con la miseria. No pongo ninguna objeción a que las personas que lo necesiten reciban una renta —el sistema vasco es un buen modelo— que evitara su exclusión. Eso bien poco tiene que ver con un sistema que, lejos de luchar contra la injusticia, profundiza en ella al fomentar el subsidio eterno como modo de vida. No se me ocurre filosofía más reaccionaria que esta cacicada del siglo XXI. Pero como en gran medida subsiste gracias a ella, Susana Díaz no querrá modularla.

Dar y recibir

Tengo escrito aquí mismo que ignorancia y maldad no son carencias excluyentes. Al contrario, lo frecuente es que la una se apoye en la otra —y viceversa—, formando una sociedad de consecuencias letales para quien se ponga a tiro. Acabamos de ver una vez más el fenómeno en la chorripolémica respecto al Concierto y el Convenio que se han maravillado por centésima vez los tiñosos tocapelotas del centralismo cañí, incluyendo en semejante concepto a pajes periféricos como ese tal Miquel Iceta, cuya talla política es, y así lo muestra al mundo sin vergüenza, la del cuñado piripi que se viene arriba en una boda; algún día, alguien analizará que toda su aportación al debate catalán sea un bailoteo.

Con todo, el chistezuelo (también de cuñado, subsección más gracioso que la puñetera eme) que hizo el secretario general del PSC convirtiendo cupo en cuponazo no es la mayor de las desventuras que hemos oído desde que empezó la martingala de marras. Peor fue, entre otras cosas, por la reincidencia, el par de veces en que la nulidad sideral que atiende por Susana Díaz metió la pezuña en el charco y habló —insisto: dos veces— de modular el cupo. La muy zote piensa, y parece que ningún conmilitón se ha preocupado en sacarle del error, que la cosa funciona exactamente al revés. Es, literalmente, el ladrón creyendo a todos de su condición. Como la comunidad que gobierna sí recibe de la cacareada caja común un pastón que se va en corruptelas y/o en la compra desparpajuda de votos a través de ese escándalo intocable llamado PER, Díaz está segura de que el cupo consiste en recibir. Pues no, calamidad, es dar. Y mucho.