Los nuevos jacobinos

Noticias frescas: el figurín Albert Rivera está a favor de eliminar el Concierto vasco y el Convenio navarro. Manda pelotas que una obviedad de cajón de madera de alcornoque se destaque en los titulares como si fuera el descubrimiento de un nuevo sistema solar. ¿Tan floja memoria tenemos que no recordamos que la hoy segunda formación emergente fue parida en la disolvente Catalunya para enarbolar la bandera de la indivisibilidad de la patria y que una de sus martingalas de cuna es la denuncia de los supuestos privilegios de los que llaman (insultando) reinos de taifas? Lo sorprendente habría sido que el nuevo niño mimado —ya veremos por cuánto tiempo— del Poniente y el Levante mediático español saliera cantando las bondades de la foralidad y los derechos históricos.

Si somos honestos, no hay nada que reprochar a Ciudadanos en esta cuestión, pues en ningún momento han ocultado sus cartas. Al contrario, quizá debamos agradecer a los pujantes naranjas que su coherencia esté provocando que Podemos, que venía jugando a sí, a no y a ya veremos, se esté retratando como el partido centralista y jacobino que sospechábamos los peor pensados. Ahora que se ha visto claro que los de los círculos compiten por el mismo electorado —oh, sí, así de triste— que los de Rivera, los del politburó sacan a paseo los discursos más rancios. Tras Monedero hablando de sueños irreales, disparates y aventuras comunes de 500 años, Iñigo Errejón acaba de rematar alertando contra la “fragmentación y regionalización extrema” y anunciando una ofensiva para “romper la dinámica cantonalista”. A ver quién les paga la próxima Fanta.

Desconcierto en si bemol

Quién le iba a decir al tal Pere Navarro, político de talla champiñón y carisma cercano al de un zapato, que su necedad sobre el Concierto y el Convenio iba a dar para tanto. Tiene que sentirse un hombrecito viendo cómo la bocachanclada que soltó desde la más osada de las ignorancias se ha convertido en algo parecido a debate público. Un chisgarabís liliputiense que no ha empatado en su vida con nadie marcando las agendas, manda pelotas. Pero es lo que hay, y no merece la pena malgastar bilis por el enésimo síntoma de la mediocridad imperante entre los que, queramos o no, nos representan.

Nos aprovechará más si hacemos de la necesidad virtud y rescatamos dos o tres aprendizajes que han venido de carambola con la soplapollez de Navarro. El primero es que en los territorios afectados, esos supuestamente privilegiados e insolidarios, hay un notable consenso sobre la validez del instrumento jurídico —no otra cosa son el Concierto y el Convenio— cuestionado por el líder accidental del PSC y otros voceras. No sé a ustedes, pero a mi ver a UPN y al PP vasco defendiendo las peculiaridades me provoca tanto gustirrinín como a Gila afeitarse con Filomatic. Y también tienen su qué otras adhesiones, bien es cierto que matizadas y como quien no quiere la cosa, de quienes nombraban el asunto en diminutivo despectivo. Fuera de concurso, la reacción del PSE, queriendo nadar en casa y guardar la ropa en Ferraz, destino ansiado ya saben ustedes por quién. Sopas y sorber, no va a poder ser, señor López. Vaya optando por las setas locales o por el Rólex español.

Por lo que toca al partido que gobierna en Gasteiz, bien haría en bajarse de la defensa historicista, que aparte de oler a rancio, implica aceptar una u otra forma de vasallaje. El pacto vale no porque lo firmaran los antepasados sino porque lo respaldan los contemporáneos. Si desde el otro lado quisieran romperlo, ya sabríamos qué hacer, ¿verdad?