‘Provincias traidoras’

Casi no merece la pena ni indignarse. Más bien, procede ahorrarse el berrinche y tomarse a beneficio de inventario la penúltima —vendrán mil más— pasada de frenada del PP con las transferencias eternamente pendientes. Es verdad que al Gobierno vasco le tocaba, como ha hecho ayer mismo, poner el grito en el cielo por la ruindad sin límites que supuso haber promovido una moción en el Senado exigiendo al gobierno de Sánchez que incumpla la legalidad, es decir, que bloquee el calendario previsto para el traspaso de lo muchísimo que todavía queda por llegar. Sin embargo, el pronunciamiento, que ha resultado firme y tiene el valor de venir avalado por los dos socios del Ejecutivo, llega cuando ese capitulo de iniquidad ya ha sido desbordado.

Ahora estamos donde no hubiéramos imaginado ni en lo más crudo de los años del plomo. De hecho, hemos vuelto al lenguaje del epílogo del último parte de la guerra civil, cuando los vencedores eliminaron el sistema foral de las “provincias traidoras”, Bizkaia y Gipuzkoa. El pizpireto líder de las falanges genovesas, Pablo Casado, ha actualizado la terminología, pero los resabios son los mismos. “Comunidades desleales” es la nueva acuñación del individuo, que no tiene empacho en proclamar que cuando gobierne retirará las competencias que sea menester a los terruños que no observen la debida adhesión inquebrantable al régimen que pretende (re)instaurar con la ayuda del figurín figurón naranja y del cid campeador de Amurrio. Y el PP vasco, silbando a la vía. El 25 de octubre tendrán los santos bemoles de soltar que el Estatuto sobre el que se ciscan es el que une a los vascos.

Tragicomedia del tesoro

Berlanga vive. Decenas de seres humanos trasnochan frente a un museo para evitar que unas (supuestas) obras de arte por las que casi nadie había mostrado gran interés sean llevadas al lugar donde estuvieron durante centenares de años con más pena que gloria. Junto a los agrestes defensores del tesoro, hacen guardia en la fría madrugada de Lleida mis colegas del gremio plumífero, cada cual con su parroquia que atender y sus huestes que enardecer. Así, unos narran la berroqueña resistencia a lo que califican como expolio español —botín de guerra, nada menos, según el president arraigado en Bruselas—, mientras los de enfrente, enfervorecidos de españolidad, dan la buena nueva del entuerto desfacido y la gozosa vuelta de los cachivaches afanados a la localidad de procedencia. Como ayudantes y garantes del traslado, mire usted por dónde, los mismos mossos que pasan de héroes a villanos y viceversa, según el costillar que muelan con sus porras. Esta vez, gajes del oficio o del 155, tocó atizar a los de las esteladas.

Lo patético vuelve a suplantar a lo épico en esta tragicomedia de Sigena (o Sijena, que hasta la ortografía es confusa), cuando lo que hay de fondo es bien poco. Esto empezó con unas monjas, no sé sabe si caraduras o muy necesitadas, que vendieron por una cantidad ridícula lo que no era suyo a quien no debió comprarlo. No hay modo de defender el expolio, y menos, cuando se ha sido expoliado en tantas y tantas ocasiones como le ha ocurrido a Catalunya. Es para llorar que los argumentarios que escuchamos con los papeles de Salamanca se estén calcando ahora a la inversa. ¿Nadie se acuerda?

Lo inmoral y lo ilegal

¿Apuntes clandestinos garrapateados en letra menuda y con tachones? ¿Sobres y recibís firmados en una servilleta de bar? Valiente chapuza. Trile rancio y ramplón para mangutas con vocación de chupatintas de los de visera y manguitos a luz triste de un flexo. Qué atraso, esa nostalgia del Chicago de los años 30 o de las covachas de los usureros de novela decimonónica, cuando la tecnología y la normativa vigente permiten hoy dar palos tan pulcros y aseados que ni el fiscal más tocahuevos encontraría por dónde hincarles el diente.

Vayan a echarle cien lupas, por ejemplo, a los contratos de los tres (*) cesantes de oro de Metro Bilbao, a ver si hallan una coma donde agarrarse para evitar que se lleven calentito el medio millón de euros que se han repartido en concepto, ay qué dolor, de indemnización. Así se les lleven todos los demonios y les sangre la úlcera a borbotones, verán que no hay absolutamente nada que rascar. De la cruz a la raya, esos documentos y la orgía remuneradora que de ellos se desprende son —les apuesto lo que quieran—conformes a derecho. A ese derecho, claro, que se cose a medida para que encaje como un guante en según qué cuerpos serranos. A los demás nos queda, como gracia suprema, el del pataleo. Eso sí, ejercido con mucho tiento en la elección de los exabruptos, no vaya a ser que encima nos empapelen por difamación y tengamos que soltarles otro pastón a los carísimos dimisionarios. Lo que estarán riéndose los muy joíos al ver su hazaña en los papeles y al imaginar la cara de gilipichis que se nos ha quedado a los que jugamos en las divisiones inferiores

¿No podemos decir, siquiera, que nos sentimos estafados? Tal vez eso sí —no tengo ahora a mano a mi abogado—, pero imagino que habremos de hacerlo poniendo cuidado en omitir los sujetos a los que atribuimos la presunta rapiña. No olvidemos que, como siempre, las leyes están de su lado. Lo inmoral no es ilegal.

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ACTUALIZACIÓN EN HONOR A LA VERDAD – Uno de los tres cargos cesados, Iñaki Etxenagusia, [Enlace roto.] que le correspondía según su contrato. Es un gesto que le honra y que creo que debemos reconocer. Por mi parte, le excluyo de las consideraciones negativas que reflejo en este texto.