Confieso que me sobra sueño y me falta paciencia. Empiezo a teclear sin esperar a que termine el gran sanedrín de Podemos en el que la hasta no hace tanto gran esperanza morada deberá decidir qué quiere ser de mayor después de la puñalada trapera del cofundador de la cosa, Iñigo Errejón, a su socio y parece que ya examigo, Pablo Iglesias Turrión. De saque, resulta entretenido que el causante de la implosión haya preferido no aparecer por el festorrio. El otro protagonista del astracán, el aún comandante en jefe de los asaltadores del cielo en la reserva y residente en Galapagar, tampoco ha estado en carne mortal. Cuentan las crónicas que para no romper su baja por paternidad —fíjense qué memez—, ha participado por vía telefónica.
A modo de anticipo, el concienciado papá había dejado escrita su doctrina en Facebook. Se trataba de que los tribuletes tuviéramos material para entretenernos. Gran hallazgo el suyo, seguramente inspirado por sus propios churumbeles, la denominación “los trillizos reaccionarios” para referirse al tridente del extremo centro. Claro que eso era la guarnición del mensaje principal de su epístola a los corintios, los tirios, los troyanos y los vallecanos: “Iñigo no es un traidor, sino que debe ser un aliado de Podemos”. El líder carismático le perdonaba la vida —y ya van dos veces— a su particular Bruto, en lo que más tres y más de cuatro han interpretado como templanza de gaitas o, incluso, como recule en toda regla. Si verdaderamente lo fuera, ahí estaría la novedad impredecible: el macho alfa se la envaina por primera vez desde que le conocemos. Hay algo que no termina de cuadrar.