Huelga de celo

Huelga de celo, curioso concepto. Para empezar, si la pone en práctica un cuerpo policial, como es el caso de Gasteiz, es preciso negar tajantemente que se esté haciendo. O sea, hay que tomar por imbécil a la ciudadanía. Por más imbécil, en realidad, porque ya de partida se ha decidido zurrar a los gobernantes en la badana de los sufridos contribuyentes. De acuerdo, como en todos los conflictos, puesto que la capacidad de presión de un colectivo es directamente proporcional a las molestias que pueda causar al común. Solo que este caso, la jodienda se ceba en el bolsillo de los pringados y las pringadas de a pie.

Así, a primera vista, no se diría que es el mejor modo de conseguir que se simpatice con una causa. Claro que, conociendo algún percal uniformado y dotado de porra —¡no todos son iguales, ojo!—, tampoco extraña que a los multistas se la bufe un kilo caer bien o mal. Por lo demás, basta buscar el negativo de la foto para que a uno le asalte la duda. Si en estos días de frenesí sancionador es cuando cumplen la ley, ¿será que hasta la fecha no lo hacían? O prevaricaban antes o prevarican ahora, y eso es bastante más delito que cruzar un paso de peatones en rojo.

No se deje de notar otra paradoja. La (no) huelga se hace para denunciar la falta de recursos, y sin embargo, su efecto es multiplicar por un congo la productividad traducida en ingresos de escándalo para las arcas municipales. Y aquí procedería la reflexión final sobre el porqué de las normas, el grado variable de cumplimiento que se nos exige según las circunstancias, y la sospecha del carácter puramente recaudatorio de algunas.

Una columna equivocada

Entre mis muchos defectos no está la soberbia. He atravesado los suficientes calendarios para tener la certeza de que a lo largo de mi vida he estado equivocado más veces de las que me gustaría recordar. De ahí nace una evidencia que tengo presente en todo lo que hago y, de modo particular, en lo que digo ante un micrófono o escribo para ser publicado: no es improbable que esté metiendo la pata… aunque aún no lo sepa. Actuando bajo ese principio, no me cuesta nada (dejémoslo en “casi nada”) reconocer mis errores y asumir que lo son, huyendo de la tentación del empecinamiento numantino. Por eso no tengo el menor empacho en poner aquí negro sobre blanco que mi columna del miércoles pasado, titulada “Huelga de bolis caídos”, fue una especie de menú-degustación de yerros de bulto inaceptables en un trabajo periodístico.

El resultado de tal cúmulo cantadas fue -el precio del pecado incluye el IVA de la penitencia- que no fui capaz de expresar ni de lejos lo que estaba en mi cabeza antes de sentarme ante el teclado. Y mira que era simple. Se trataba, ni más ni menos, de decir que anunciar que no se iban a poner multas (o que se iban a poner menos) no me parecía una forma adecuada de reivindicar los derechos de los agentes de la Ertzaintza. Ni siquiera dejé claro que tales derechos me parecen absolutamente legítimos, lo que, por ingeniería inversa, implicó que diera la impresión de todo lo contrario: que, como me apuntó alguien con bastante gracia en Facebook, me había tomado una pastilla de Rodolfina y por mi pluma estuviera escribiendo el espectro del de Ourense. Leyendo lo que garrapateé es innegable que se llega esa conclusión, qué bochorno.

Argumentación ausente

Para empeorarlo más, en lugar de argumentar mi discrepancia con la medida de presión, me pasé de frenada con los adjetivos, las metáforas y las cargas de profundidad. Fui innecesariamente hiriente y tiré de alusiones biliosas que estaban de más, de modo que los razonamientos hicieron mutis y sólo quedó a la vista una especie de anatema global del cuerpo. Eso me desasosiega especialmente, pues aunque los lectores saben que no suele faltar vitriolo en lo que escribo, me empeño en separar el grano de la paja y trato de evitar las odiosas y siempre inadmisibles generalizaciones.

Como atenuante, que no como justificación, sólo puedo alegar mi hipersensibilidad a cualquier cosa que tenga que ver con las carreteras, su seguridad y con lo que yo no dudo en llamar violencia vial. No faltarán momentos para hablar de ello. Espero que con más tino.

Huelga de bolis caídos

Cuatro multas de tráfico en Bizkaia en cinco días. Debe de tener algo de gracioso el dato, porque he visto a mucha gente comentarlo con jolgorio y alborozo, pero no acabo de captar el chiste. Por la misma falta de salero, supongo, tampoco veo nada digno de aplauso -ni siquiera de guiño cómplice- en lo que los sindicatos de la Ertzaintza venden como forma de presión en defensa de sus derechos y que no es sino un escaqueo, otro más, de sus funciones. Copiado de la Guadia Civil, por cierto, y que contiene un retrato muy preciso de lo que algunos agentes entienden por servicio a la ciudadanía que paga sus nada magras nóminas, absentismo de récord incluido. Como están de morros con el patrón, dejan el boli quieto, así pase por delante de sus narices un verraco haciendo eses a ciento sesenta. Allá cuidados si se cepilla a cualquier desventurado que vaya cumpliendo las normas. Daños colaterales de la protesta. Supongo que debemos entender que si algún día vuelven a estar a buenas con Ares, le contentarán empapelándonos por cada línea continua que rocemos.

Seguridad

Por muy rebotados que estén, si tienen los psicotécnicos actualizados, deberían saber que hay cosas con las que no se juega. La seguridad, que da sentido a su trabajo, es una de ellas. Esta medida populista tirando a populachera supone un caprichoso e innecesario aumento del riesgo en la circulación. Hago notar que esos cinco días en los que se han impuesto cuatro ridículas sanciones en todo el territorio vizcaíno incluyen las noches de un fin de semana de buen tiempo. Quien haya querido conducir con una papa de escándalo ha podido hacerlo porque los hombres y las mujeres de rojo, lo único que suele disuadir a más de un descerebrado de coger el coche sin estar en condiciones, andaban de oferta reivindicativa y no daban el alto. Gran sentido de la responsabilidad… y de la demagogia.

Sí, de la demagogia. Sin ruborizarse, los portavoces sindicales justifican la magnanimidad perdonamultas diciendo que es una forma de granjearse las simpatías de los ciudadanos hacia su causa. En román paladino, hacen la vista gorda a cambio de nuestro respaldo. Son conscientes del daño que hicieron las tesis del consejero del interior del gobierno vasco sobre el auténtico motivo de las movilizaciones: que los agentes se jubilen con el sueldo íntegro a los 55 años, entre otros privilegios con los que no puede ni soñar el resto de la clase trabajadora. ¿Es más fácil ir de hadas madrinas que aportar datos que desmientan a Ares? Tiene toda la pinta.