Cinco siglos

Si yo fuera catalán, soberanista y creyente, le pondría toneladas de cirios a Sant Cugat (en castellano, San Cucufato) para que el PP monte todos los fines de semana una chanfaina patriotera como la que acaba de dejar al planeta sin reservas de vergüenza ajena. Aparte de dar para escribir cuatro tratados de psicopatología, el desfile de caspa, facundia, suficiencia moral y arrogancia mendaz cuenta tanto como cien incendiarios mítines independentistas. Efecto bumerán, tiro por la culata, pan con unas hostias o, pensando mal, que el happening no estaba diseñado para los naturales del lugar donde se celebró, a los que se da por perdidos, sino para elevar la moral de la talibanada centralista del exterior. Más motivos para el desafecto.

Fuere como fuere, el espectáculo resultó un non stop de la chabacanería. Montoro sacándose de la manga birlibirloques para disimular el expolio, Rajoy hablando de amor como lo hacen los maltratadores, Mari Mar Blanco exhibida a modo de estampita de la virgen de la culebra con el hacha, Sánchez Camacho relinchando no sé qué de machetazos… Resulta casi imposible escoger el despropósito más ruborizante, pero si hay que hacerlo, me quedo con María Dolores de Cospedal gritando a voz en cuello que los catalanes ya eran fieles y felices súbditos de España hace cinco siglos.

Tal barbaridad equivale a porfiar que la Tierra es plana, que los niños vienen de París o que el autor de estas líneas es el vivo retrato de Brad Pitt hace quince años. Pero claro, es lo que ocurre cuando los cátedros de reconocido prestigio y camisa azul se ponen la ideología por montera y dan en proclamar, sabiendo que es una trola infecta, que la nación española se engendró en el tálamo de los reyes católicos. Los bodoques sin media lectura, como la de los finiquitos simulados y diferidos, se lo tragan y lo recitan cual papagayos. Y los que se inventan la Historia son los demás, no te jode.

Nacionalismo… español

Sostiene el periodista Gregorio Morán, con su acidez y vehemencia características, que el nacionalismo español es una versión edulcorada del fascismo. Yo no me atrevo a ir tan lejos en la diatriba, entre otros motivos, porque como insinué en un par de columnas recientes, no soy partidario de calzarle a todo quisque el baldón de fascista como quien se quita un padrastro. Lo que sí he tenido siempre meridianamente claro —y me consta que muchos de ustedes también— es que el tal nacionalismo español existe. Me dirán con razón que acabo de descubrir la fórmula de la gaseosa, pero estarán conmigo en que hasta la fecha, los primeros que negaban la mayor en actitud de basilisco con úlcera de estómago eran los que profesaban tal corpus ideológico, por llamarle de alguna manera a la cosa. Ni bajo la amenaza de secuestro del brazo incorrupto de Santa Teresa se avenían a confesar lo que a todas luces han sido, son y serán.

Pero miren por dónde habrá salido el sol, que sin mediar provocación ni coacción, la semana pasada se produjo una salida masiva del armario patriótico en forma de libro. De libraco, más bien, pues son cerca de mil quinientas páginas las que, según las emocionadas crónicas de la prensa afecta, conforman una biblia cañí titulada, agárrense, Historia de la nación y del nacionalismo español. Tracatrá, al final cantó la gallina. Firman el compendio 45 intelectuales de postín, de los que aparte de dos morigerados de cuota, la inmensa mayoría milita en la Brunete académica; les bastará que les cite a Fusi o García de Cortázar para que se hagan una idea del paño.

A diferencia de otros artefactos similares, y hasta donde he visto la lista de autores, no parece haber tuercebotas de la Historia ni ganapanes indocumentados. Y eso, qué carajo, es algo que los que defendemos otras identidades debemos saludar: al reconocerse —¡por fin!—, nos están reconociendo. Aunque sigan diciendo que nanay.