Se empieza asesinando viejecitas y se termina utilizando el cuchillo de la carne para la lubina. O traducido al pifostio político actual entre Ceuta y los Pirineos, que el gran escándalo no es que haya que ir por tercera vez a las urnas, sino que tal tomadura de pelo se vaya a consumar el 25 de diciembre, fun, fun, fun. Manda muchas pelotas —al tiempo que revela el mecanismo del sonajero— que los mismos partidos cuya tozudez, irresponsabilidad y desvergüenza va a provocar, salvo milagro de última hora, la nueva repetición de los comicios se alíen para buscar la trampa legaloide que impida la coincidencia. Hasta los más laicos de la contorna, esos reprimidetes con complejo de legitimidad de origen que llaman a la cosa Solsticio de invierno, andan soliviantados con la posibilidad de tener que votar en fecha tan señalada.
Pues anoten aquí a un disidente. Me ruboriza lo justo confesar que deseo con creciente ardor que la redundante y machacona fiesta de la democracia se celebre el día del inventado cumpleaños del Mesías. Y según escucho los crujires de dientes de uno a otro extremo del espectro ideológico, más pilongo me pongo imaginando la campaña entre villancicos y polvorones y, como remate, el sagrado —ejem— ejercicio de la voluntad popular en la jornada que amanezca tras la noche de paz. Aparte de que conozco a más de tres que pagarían para que les cayera mesa electoral en lugar de compartir la del comedor con la reata de cuñados, no se me ocurre mejor modo de visualizar el inconmensurable esperpento que llevamos padeciendo desde el 20 de diciembre del año pasado. Voto por votar en Navidad.