Otro más para el martirologio. Rubén Garrido, enfermero, alcalde de Oion y militante del PP, ha levantado un campamento (talla monoindignado) frente a la sede del Gobierno de La Rioja, ese chorretón incomprensible que cayó al mantel en el tiempo del café para todos. Desafiando el aroma de las chuletillas al sarmiento que suele transportar el aire del lugar, el comprometido edil guardará ayuno riguroso en señal de protesta por la negativa de la sanidad riojana a dar árnica, clamoxiles y juanolas a sus convecinos, que en su condición de riojanoalaveses, llevan el estigma del vascón.
No digo que su gesto no esté alimentado (uy, perdón; qué verbo más desafortunado) por las más nobles intenciones. Sin embargo, sería más fácil creerlo y hasta sentir un culín de empatía si el calendario no señalase que el domingo toca echar la papeleta. El lunes, el Gandhi oiondarra tendrá exactamente los mismos motivos que ayer para darse a la abstinencia reivindicativa. Por lo demás, es discutible que haya escogido el mejor sitio para plantarse. ¿Por qué no frente la Diputación de Araba, gobernada por el silente popular Javier De Andrés? ¿Qué tal junto a la sede central de la sucursal autonómica de su partido en Bilbao o, más efectista todavía, en las inmediaciones del domicilio particular de Antonio Basagoiti, que tiene exabruptos para todo el mundo menos para su conmilitón y pachá de la comunidad aledaña, Pedro Sanz?
Demasiado cómodo, aguerrido alcalde, hacer como que esto sólo es un conflicto interinstitucional y pedir que lo resuelva el maestro armero, llámese López o Pajín, cuando también tiene mucho —es decir, debería tener— de bronca de partido. Si su formación tuviera una quinta parte del sentido de la responsabilidad que le exige a los demás, hace tiempo le habrían soltado cuatro frescas al caciquillo Sanz para que deje de explotar de una puñetera vez su contumaz y rentable obsesión antivasca.