Para que luego digan que no hay hecho diferencial. Si seremos peculiares los vascos de la demarcación autonómica, que hasta las campañas electorales se hacen contra el canon. Tampoco exagero. Las de los anteriores 30 años, cada una con sus rarezas y hasta con sus trampas —recordemos que no siempre se han podido presentar todas las formaciones—, han podido entrar dentro de la convención. Es en esta que estamos arrostrando con las poquitas fuerzas que nos quedan en la que se ha roto el principio básico según el cual los que porfían por gobernar dirigen su garrota al que ha estado en el poder. A la recíproca, el que quiere conservar la poltrona monta un alcázar desde donde, además de aventar una loa exagerada de sus grandes logros, vierte aceite hirviendo y exabruptos sobre los asaltantes. De catón, pero como digo, en esta ocasión, tal vez para que quede probado que somos el gran oasis de la I+D+I, los estrategas se han puesto creativos y la cosa funciona exactamente al revés.
Tan al revés, que cualquiera sin conocimiento previo que aterrizara hoy en esta Patxinia en liquidación por cese de negocio y viera qué se berrea en los mítines y en los anuncios daría por por hecho que el que ha estado mandando es quien ha pasado tres años y medio de fría y cabrona oposición. Bonito caramelo envenenado para Iñigo Urkullu —que llega a la carrera de aspirante y además, novato— haber sido investido por sus propios rivales como la rueda a seguir o, menos finamente, la espinilla a patear.
Los doctores de Sabin Etxea se las van a ver figurillas para bajar la posible fiebre victoriosa inducida. Me llena de curiosidad saber cómo se gestiona en boxes una lehendakaritza de humo. Pero aun me intriga más el porqué de la patética táctica perdedora de los dos partidos —sí, Basagoiti, el suyo también, no disimule ahora— que han sostenido la makila. Ni siquiera para el final reservan un gramo de dignidad.