La convención en la que el PP vasco iba a marcar impronta propia frente a la nave nodriza terminó con los sones atronadores del himno español y los asistentes en posición de firmes. Tampoco es que se esperase un fin de sarao con el Eusko Gudariak —ni siquiera con Eusko abendaren ereserkia—, y es igualmente cierto que inmediatamente antes, a modo de contrapeso, se puso el Gernikako arbola… proyectando en una pantalla la letra en castellano. Sin embargo, la elección del chuntachunta rojigualdo como colofón y la marcialidad en los gestos, especialmente en algunos, encierra un mensaje de mayor potencia que cualquiera de los que se lanzaron desde los atriles en las dos jornadas del evento presuntamente autoafirmativo.
Quizá es ahí donde estuvo el problema. Salvo que me perdiera algo de un acto que, por lo demás, no ha tenido gran relieve, estoy por jurar que ninguno de los discursos o las pomposas ponencias contienen el menor elemento que permita hablar de seña de identidad diferenciada respecto a Génova. Por supuesto, todavía menos se anunciaron actos concretos que impliquen un verdadero propósito de enmienda respecto a los mantras que han caracterizado la vida de la sucursal vasca del PP desde su fundación. Da por pensar que los dirigentes locales de la cosa casi le deben gratitud a la lenguaraz Cayetana Álvarez de Toledo porque las bocachancladas que le hizo soltar su gurú Jiménez Losantos propiciaron que algunos de ellos —no todos— sacaran el genio y pusieran de vuelta y media a la doña. Esas respuestas al desaire de su conmilitona han sido lo más parecido a marcar perfil propio que se ha visto estos días.