Enrich, paga y libra

Tanto vender lecciones de ética fetén al peso, y qué silencios más viscosos y reveladores cuando lo que hay que denunciar toca cerca de casa y tiene como protagonista a alguno de nuestros pequeños ídolos locales. Qué pedazos de tíos, ¿verdad?, Sergi Enrich, capitán (¡ca-pi-tán!) del Eibar, y su excompañero de fatigas balompédicas y hazañas lúbricas, Antonio Luna. Cuatro años después de haber grabado sin permiso un vídeo en el que practicaban sexo a tres, han reconocido en sede judicial que no deberían haber tomado esas imágenes y menos, habérselas enviado a otro tuercebotas llamado Eddy Silvestre, que fue (todavía presuntamente) quien las hizo correr y quien —tiene toda la pinta— se va a comer el marrón mayor.

Como gesto para certificar el arrepentimiento de los indiscretos pichabravas, el pago a la víctima de 110.000 euros, cantidad superior a la que había solicitado el célebre abogado de la joven. Ya ven que la contrición es proporcional al tamaño del bolsillo. Una buena inversión, en cualquier caso, pues parece que, unida al obligado reconocimiento de la mala obra, servirá para evitar que los apoquinadores vayan al trullo. Es decir, que Enrich seguirá llevando el brazalete del club armero y, a buen seguro, recibiendo ovaciones desde la grada. Y a mí, qué quieren que les diga, me parece fatal.

Derecho a contagiar

Un tipo que lleva la mascarilla a la altura de la generosa papada emite un horrendo sonido gutural, se arranca un gargajo del nueve largo, y lo estrella contra el pavimento. ¿Le digo algo? Qué va; no soy un policía de acera.

Unas horas más tarde, a la salida del súper, otro mengano se despoja de los guantes de plástico e, ignorando la inmensa papelera que hay junto a la puerta del establecimiento, deja que se los lleve la brisa. ¿Le digo algo? No; no soy un policía de acera.

Y lo mismo, con la individua que se baja el tapabocas para estornudar en medio del autobús, el gañán con la higiénica en el codo que va repartiendo su humo fétido por un paseo concurrido, el runner miserable que, no contento con ir a morro descubierto, no lleva camiseta y va esparciendo todo tipo de fluidos sobre los viandantes. No digamos ya con la cuadrillita de adolescentes que, sin cumplir ni media de las presuntas normas obligatorias, se pasan los cachis y los petas bien embadurnados de saliva mientras, para colmo, llenan de mierda el césped.

Uno de los aprendizajes más terribles de la pandemia es que para la flor y nata de la conciencia social más avanzada, esos que nos miran con suficiencia, estos comportamientos no solo no son insolidarios o directamente ruines, sino que resultan sanos ejercicios de libertad. Y chitón.