La claudicación de UPN

Como les decía en la última columna, ando muy bien de memoria. De ahí que no me cueste en absoluto remontarme a los días de 2008 en que saltó por los aires el matrimonio de conveniencia entre UPN y el Partido Popular. En pleno fragor del antizapaterismo galopante en que se vociferaba sin descanso que la Navarra foral y española no se vendía, a los que compartían pancarta y asfalto rellenado a base de autobús con bocadillo se les rompió el amor de tanto usarlo y se liaron a bofetadas por un quítame allá esos egos. O ese ego en concreto, pues a nadie se le escapaba que, aunque los genoveses estaban hasta el gorro de sus socios del requeté, fue Miguel Sanz el que se llevó el invento por delante, decidido a quedarse en monopolio como guardián de las rancias esencias.

Tal abrupta partida de peras pudo haber dado paso a una derecha medianamente civilizada en la Comunidad. Sin embargo, una mano negra —o quizá dos, si contamos la de María Dolores de Cospedal— dejó fuera de combate a quien había de liderarla, el verso suelto Santiago Cervera. Desde ese episodio, la historia de ambas siglas ha sido un continuo ni contigo ni sin ti, condenadas ambas a entenderse, aunque sin dejar de manifestarse un indisimulado desprecio mutuo, cuando no asco puro y duro. Ir juntos a las generales se veía como penitencia necesaria. Del mismo modo, también cabía hacer de tripas corazón para sumar votos en el parlamento. Lo que se antojaba impensable era volver a ir en las mismas listas en municipales y forales. Pero a la fuerza ahorcan y con sendas sogas en sus respectivos cuellos Javier Esparza y Ana Beltrán han tenido que claudicar.

El factor humano

Tendemos a pensar, bien es cierto que porque nos dan motivos para ello, que los políticos ya salieron políticos del vientre de sus madres. Como solo los conocemos en esa faceta —y a muchos, desde tiempo inmemorial—, se diría que forman parte de una especie diferente a la del resto de los mortales, con sus propias leyes, determinismos genéticos, y pautas de comportamiento. Y no es así, sino exactamente al contrario. Para lo bueno, lo malo y lo regular, son humanos. Bajo la cubierta de Armani o Elena Benarroch hay seres de carne y hueso con las mismas o parecidas pulsiones, virtudes y miserias que acarreamos los demás. Es ahí donde tenemos que acudir para entender (o tratar de entender) sus tantas veces peculiares conductas.

La actualidad nos regala un ejemplar perfecto para el profundizar en esta teoría. Sea lo que sea lo que ha acabado con una carrera tan prometedora como la de Santiago Cervera, la razón última, o quizá la primera, está en el factor humano. Quedaría por establecer, lógicamente, la naturaleza de ese factor. Los que se pasan la presunción de inocencia por el forro de sus conveniencias y juzgan y condenan en el mismo viaje dan por hecho que al expresidente del PP navarro le perdió la codicia, que es cien por ciento humana. No es una hipótesis inverosímil del todo, habida cuenta de los abundantes precedentes, pero a mi, supongo que por el conocimiento previo que tengo del personaje, me cuesta creerla.

Como, al fin y al cabo, esto va de especulaciones, aventuro la mía. A falta de más datos, creo que Cervera ha sido víctima de un cierto narcisismo bañado en quintales de ingenuidad. Se creyó el prota de una de esas series negras de las que tanto hablaba en Twitter y se pilló los dedos en la famosa rendija de la muralla. Con gorro de lana y bufanda de doble vuelta, para más recochineo y automortificación. No hay nada más humano que ir a por lana y salir trasquilado.