Ahora el miedo es naranja

Qué cabrito es el miedo, todo el rato cambiando de bando. De un tiempo acá, se diría que ha vuelto al lugar de costumbre tras una breve incursión turística al otro lado de la linea imaginaria. Sé que las consecuencias de esto tienen su punto trágico, pero como tantas veces me ha ocurrido en un funeral, no puedo evitar que me entre cierta risa floja al asistir a determinadas reacciones. Hasta anteayer no más, cualquiera que aventase la menor crítica sobre Podemos, además de recibir una hermosa colección de collejas dialécticas de a kilo —“¡Inda, eres un Inda!”, “¡Marhuenda, más que Marhuenda!”—, era acusado de estar acojonado ante el inminente fin del régimen-del-78. “Su odio, nuestra sonrisa”, salmodiaban los believers de la porra (que no son todos, ni siquiera la mayoría, seamos justos) en lo que sonaba a copia pobretona de la célebre frase de Arnaldo Otegi.

Es gracioso que en este minuto del partido, quien podría tatuarse tal bravuconada en la frente es el maniquí venido a más que atiende por Albert Rivera. Y con él, su creciente séquito de harekrisnas o, con mayor motivo, los tiburones del Ibex 35 cuya mano mece la cuna —a mi no me cabe ni media duda— del suflé naranja. Si, tal y como aseguraban los centuriones de Iglesias Turrión, los ataques en los medios y en las redes sociales dan la medida del canguelo que se provoca en los contrarios, ahora mismo el Freddy Krueger de la política hispanistaní es Ciudadanos. Generalmente con buenos motivos, pero también porque sí, nadie está recibiendo tanta estopa, con tanta mala hostia y desde flancos tan amplios, como el partido del figurín. Curioso.