Pepe Mujica, inimitable

“No me voy, estoy llegando”, le tomó medio prestado un verso Pepe Mujica a Aníbal Troilo en el último mensaje como presidente a su pueblo, al que antepuso la palabra querido en cada una de las cinco ocasiones en que lo nombró en el discurso. Les reto a verlo (¡y escucharlo!) sin emocionarse. Apuesto a que no podrán, como probablemente tampoco venzan la tentación de comparar a ese hombre de pelo cano que habla desde el corazón con la inmensa mayoría de los dirigentes que conozcan. A ninguno se parece, ni siquiera a los buenos, que también los hay, aunque no sean frecuentes. Él es sencillamente único, como ha probado de largo en este lustro exacto que ha cumplido al frente del gobierno uruguayo.

Por más que haya dicho que su adiós es apenas un hasta luego y que va a estar ahí, siempre a mano, es imposible el sentimiento de pérdida. Y no solo para los apenas tres millones y medio de sus conciudadanos, sino para cualquier persona en el ancho mundo que tenga aprecio por esa rara cualidad que va siendo la decencia. Una decencia, ojo, labrada a base de hechos contantes y sonantes y no de boquilla ni de impostura, como la que tratan de colarnos (por desgracia, con considerable éxito) tantos y tantos presuntos dignos de ocasión.

Esa honradez que no se ha dejado doblegar ni por las mil y una tentaciones del poder será su gran legado. Junto a ella, su extrema humildad, su cercanía inimitable y, por supuesto, sus certeras frases que valen por tratados completos. Les regalo esta, extraída de su discurso de despedida: “Al cabo de tanto trajín, supimos que la lucha que se pierde es la que se abandona”.

Las sandalias de Mujica

En Montevideo acaba de entrar el invierno. Aunque no se espera que sea especialmente riguroso, en estos primeros días, la temperatura media ha rondado los 10 o 12 grados. Muy llevaderos, seguramente, pero no tanto como para invitar al pantalón a tres cuartos de pantorrilla ni a las sandalias sin puntera ni talón que lucía el presidente de Uruguay en la foto que da lugar a estas líneas. Corrió como la pólvora por Twitter bajo la leyenda “Pepe Mujica aguardando su turno en un hospital público”, que algunos fueron apostillando según sus gustos y obsesiones predilectas: “Nunca veréis hacerlo a Rajoy”, “Para que aprendáis la diferencia entre lo que es casta y lo que no”, “Inmensa lección”, y ditirambos del pelo. Lástima que, una vez más, el derroche de épica, lirismo y ortografía manifiestamente mejorable no estuviera sustentado en hechos reales.

La instantánea no fue tomada en ningún centro sanitario, sino en unas dependencias del parlamento uruguayo —no muy lustrosas, es cierto— donde el entrañable Mujica había acudido al juramento de su nuevo ministro de Economía. Había ocurrido hace seis meses, en el verano austral que daba sentido al atuendo informal del presidente, que no obstante, por el contraste con la solemnidad de la ocasión, llamó la atención de la prensa de su país. Una mínima incursión en Google les hará llegar a la noticia original, aunque les prevengo sobre algún primer plano no demasiado agradable de las uñas de los pies del austero mandatario.

Los que se vinieron arriba con el panfleto no aceptan que tragaron como panchitos. Alegan, echándole un par, que podía haber sido verdad.