Lokarri

Monaguillos del PNV, elementos desestabilizadores al servicio del Estado opresor, y en este minuto del partido, contubernio pseudopacifista proetarra. Menos mal que las gentes que se movieron primero en Elkarri y ahora lo hacen en Lokarri andan tan embebidas en lo suyo —mandar la violencia a hacer gárgaras— que no les quedará mucho tiempo que perder en el qué dirán. Cualquiera resiste, si no, ese festival de personalidades múltiples que les han calzado a lo largo del tiempo desde prácticamente todo el abanico ideológico. Que levante la mano quien, como poco, no los haya visto como una suerte de Harekrisnas o testigos de Jehová plastas y no haya cambiado de acera al ver en una esquina una de sus mesas petitorias.

Hasta los que siempre hemos tenido unos minutos en la radio para sus perseverantes campañas o sus voluntariosos actos, no acabábamos de comprender en nuestro fuero interno qué fuerza parahumana los mantenía inasequibles al desaliento. Nada los desviaba de su camino, así se convirtieran Lizarra o Loiola en mierda, se promulgaran ilegalizaciones a gogó, las togas se armasen de porras y viceversa o se decretara la socialización del sufrimiento. Mientras a la primera bomba lapa los demás nos poníamos (sigo pensando que con razón) el neopreno incrédulo, ellos y ellas continuaban a cuerpo gentil en lo más crudo del crudo invierno.

No hace tanto, en este país dabas una patada a una piedra y te salían media docena de grupos con una paloma y una ramita de olivo en astillero. Entre que unos se cansaron, otros se cambiaron a una misión más fotogénica y los demás fueron fichados para cargos públicos con catorce pagas y vacaciones retribuidas, prácticamente los únicos insistencialistas que nos quedan son los del logotipo del garabato enmarañado. Como pronto habrá tortas para colgarse las medallas, dejo constancia de que Lokarri y Elkarri siempre han estado ahí.

Vísperas

La historia de este pueblo, país, terruño o como cada cual prefiera nombrarlo es la de una espera interminable, teñida a veces de impaciencia y otras, las más, de resignada rutina. A fuerza de haber aguardado en tantas ocasiones con los pulsos desbocados trenes que descarrilaban antes de alcanzar nuestro andén, optamos por vacunarnos contra la decepción con la botica que cada uno tenía más a mano. Escepticismo, pretendida indiferencia, rechazo, evitación, escapismo, cinismo puro y duro… Todas esas actitudes, que en el fondo no eran más que una camisa de fuerza en que embutir y neutralizar la condición eternamente expectante, nos han servido para ir tirando en los tiempos en que cada titular alejaba más el horizonte que queríamos pisar.

¿Ha llegado el momento de desprenderse de la coraza anti-frustración? Cuesta responder a eso. Son demasiadas cántaras de leche en pedazos, infinitas pieles de oso que vendimos a cuenta y tuvimos que reintegrar después con intereses de desencanto. Nuestros ojos ya no aciertan a distinguir la evidencia del ensueño y viceversa. Queremos creer pero no nos atrevemos a hacerlo. Simplemente, no soportaríamos un desengaño más. Y luego, claro, está el miedo. ¿Y si eso tan maravilloso que ha dado sentido a nuestras vidas y ha justificado nuestros discursos durante años no se parece a lo que habíamos imaginado? A ver si va a ser cierto lo que dicen de lo malo conocido y de lo fantástico por conocer.

No lo sabremos hasta que ocurra y lo bueno es que está ocurriendo ya. De ahí las preguntas, las dudas, los desasosiegos, el ingenuo autoengaño de hablar de ello para proclamar que no hay que hablar de ello. De ahí también la resistencia de quienes ven que tendrán que buscarse un momio nuevo, los leves pero significativos virajes de algunos apóstoles del no y, por resumir, este estado de vísperas no declarado pero asumido incluso por los que dejaron de esperar.

Sobra, estorba… y aburre

Hubo un tiempo en que los comunicados de ETA eran recibidos en las redacciones con subidón de adrenalina y nerviosas carreras de pollos sin cabeza. Eso fue decayendo, y poco a poco, la recepción de las largadas de la banda (salvo que anunciasen un alto el fuego) fue empatando en impacto con la llegada del pronóstico del tiempo o el número premiado en la ONCE. Ahora, ni eso. Cuando parpadea la pantalla para avisar de la existencia de una nueva remesa de embutido de blablablá, a los periodistas nos invade la misma sensación de tedio que si tuviéramos que cubrir un maratón de toda la filmografía de Kurosawa y Antonioni o transmitir la misa del Gallo.

Este último, para colmo de modorra, nos ha llovido en medio de la canícula, con el depósito en la reserva y la única neurona en uso ocupada tratando de comprender el enésimo episodio de pánico en el edén económico. No son las mejores circunstancias para enfrentarse a la trigesimoquinta repetición de la misma coreografía. Ni un milímetro de margen para el factor sorpresa. Cero novedades en el texto y, por descontado, cero novedades en el repertorio de reacciones. “Paso en la buena dirección” o “más de lo mismo”.

La segunda opción es de compromiso. Ahí cabemos muchos, desde los apóstoles del no a toda costa y a lo que sea hasta los que, simplemente, estamos cansados de tanto marear la perdiz. Respecto a quienes se han alineado con la primera, lo del “progresa adecuadamente”, que Santa Lucía les conserve la vista y San Cucufato, el voluntarismo. Esta chapa estival de ETA encaja más bien poco con lo que le llevamos escuchado a Arnaldo Otegi en sus tres semanas de gira obligada en la Audiencia Nacional.

Al margen de eso, lo mejor es que las bombas y las pistolas siguen quietas. Aunque a Patxi López -¡menudo retrato!- le dé lo mismo una ETA que mate que una ETA que no mate, la mayoría de la sociedad preferimos lo último. La diferencia es grande.

Violentos pro-Sistema

Cualquier acto masivo, desde un congreso mundial de ursulinas a la junta general de accionistas del Mangante’s Bank, es susceptible de acabar a hostia limpia. Basta con que un puñado de los asistentes -mandados por alguien o, simplemente, llegados por su propio pie con ganas de bulla- repartan los primeros mamporros. A partir de ahí, se ponen en marcha la adrenalina, la confusión y todos los instintos primarios descritos en miles de manuales de psicología de las multitudes. En un titá, el mobiliario vuela por los aires y tipos que de a uno no son capaces de matar una hormiga mutan en Conan el bárbaro. Un puñado de cámaras registrando primeros planos de furia y captando el rugido de la marabunta completan el trabajo.

Ocurrió tal cual anteayer en Barcelona, con la propina de unos helicópteros rescatando a los buenos y hasta el detalle chusco de unos gañanes tratando de guindarle el perro-guía a un parlamentario ciego. Era de libro que un movimiento que tenía de los nervios a los amos del calabozo terminaría así. Fracasados los intentos de presentarlos como una turba de ingenuos que no tienen ni puta idea de lo que vale un peine democrático o como unos haraganes refractarios a la higiene, sólo quedaba el fácil recurso de retratarlos como una versión con rastas de las huestes de Atila.

¿Estoy dando pábulo a las teorías semiconspiratorias de los infiltrados policiales que encendieron el cirio? Hombre, que había unos madelmanes disfrazados de grotescos activistas es algo de lo que da fe Youtube. Pero no hay pruebas de que fueran ellos quienes empezaron la gresca. De hecho, no les hacía ninguna falta. Bastaba con dejar que actuaran los cuatro imbéciles que, sin otra ideología que buscar la boca, trashuman de lío en lío. ¡Si los conoceremos por aquí arriba! El llamado Sistema no tiene mejores aliados que esos antisistema de atrezzo. No los confundamos con quienes sólo piden que algo cambie.

Se les acaba ETA

Al final va a ser verdad que todo es ETA… empezando por los ideadores, alimentadores y difusores de tal martingala. Desde hace mucho tiempo teníamos identificados a los bomberos pirómanos que vivían amorrados a la ubre de la serpiente y pedían al cielo que nunca les faltara un tantito de sangre con que regar su siniestra hacienda. Era muy fácil esconder su miseria moral disfrazada de dignidad bajo la repugnancia que provocaban los crímenes de sus antagonistas y paradójicos colaboradores necesarios. Pero el chollo se les está acabando. ETA ha entrado en ERE, ojalá que de extinción, y ha cundido la histeria en la manada de carroñeros que deben todo lo que son y lo que tienen -pero todo, todo- a la actividad de la banda.

Por eso cada vez disimulan menos y no se cortan en aparecer como hooligans irredentos que piden penalti ante un piscinazo que, para colmo, se produce en el centro del campo. El grotesco pisfostio que han montado por una pancarta de asignatura de manualidades ha sido el penúltimo episodio de la tragicomedia. En su desesperación, pretenden los gachós que una puñetera cartulina prueba sin discusión que prevaricaron los seis jueces del TC que se les escaparon del ronzal. No lo dicen por si cuela, no. Malacostumbrados a que su palabra sea la ley, están firmemente convencidos de que esa chorrada de foto va a hacer que se salgan con la suya. Y lo peor es que, después de la carretada de arbitrariedades que hemos visto, a muchos nos asalte el temor a que acaben dándoles el capricho.

Esperemos que no y que de verdad el 22-M sea ese primer día del resto de nuestras vidas que llevamos soñando desde hace tantos decenios. No quiero pillarme los dedos en el cuento de la lechera, pero con dos gotas de suerte y cuatro de cordura, en los siguientes capítulos vendría el fin de ETA. Utilizando su famoso mantra, a ver entonces quién les va agitar el árbol para que recojan sus nueces podridas.

Escoltas en peligro de extinción

Hace veinte años entrevisté al último aguador de Navarra. Su trabajo consistía en acarrear agua a las casas en dos inmensas tinas que transportaba a modo de alforjas, soportando todo el peso con los hombros y el cuello. La tarea dejó de tener sentido cuando se completó la red de tuberías en Cortes, su pueblo. El progreso le hizo una faena, igual que a los carboneros, los arrieros, las mercerías donde se cogían los puntos a las medias, los fogoneros del tren, los serenos o los operarios de la única fábrica de máquinas de escribir que quedaba en el mundo, que echó la persiana el martes pasado. Signo de los tiempos, ni más ni menos.

Los escoltas privados que guardan la espalda a los miles de amenazados por ETA deberían empezar a asumir que es posible que muy pronto también sus servicios dejen de ser necesarios. Es humanamente comprensible que se resistan a aceptar que, como tantos otros -cinco millones en España, según la última EPA-, vayan a tener los próximos lunes al sol. Pero no pueden luchar contra la evidencia: si eso ocurre, será por una razón que el conjunto de la sociedad recibirá como una gran noticia. Y aun es menos de recibo que la defensa de su legítimo interés personal les lleve a trampear el camino hacia la ausencia de violencia.

Queda un buen trecho, de acuerdo, y también es cierto que somos coleccionistas de esperanzas frustradas. Con eso presente, sólo hay que tener un par de ojos y pisar la calle para comprobar que nuestro día a día no se parece ni de lejos al negro escenario que se acaba de pintar en el congreso del gremio celebrado en Bilbao. Nunca fuimos el Beirut de los 80, pero ahora, menos. Exagerar el retrato es irresponsable y, por añadidura, alimenta esa sospecha incómoda que no se suele verbalizar para no embarrar más el campo: hay quien ha sabido sacarle rendimiento contante y sonante al terrorismo. Así se explica la resistencia numantina ante su final.

Cuando ETA quiso matar a Patxi López

Tengo muy frescos en la memoria aquellos días de junio del año pasado. Dos noches de insomnio mediante, acababa de tomar la decisión de cambiar la cómoda chaselongue de la radio pública en que me iba atrofiando por un futuro excitantemente incierto. Como si adivinaran lo que pasaba por mi cabeza y quisieran reafirmarme en mi resolución, mis todavía jefes me vinieron con el encargo de entrevistar a determinado político socialista el domingo, día 20. Sabiendo los decibelios que alcanzaban mis gruñidos cuando barruntaba que querían meter las narices en mi territorio y conscientes de que ni una sola vez en todo el curso había aceptado nada que me oliera a imposición, me lo pidieron como favor personal. Era mi flanco débil, pues el comité peticionario estaba compuesto por gentes a las que apreciaba sinceramente y que en los nueve meses anteriores habían respetado -contra lo que ya era habitual- la integridad del viejo MQP. Total, que a la cuarta acometida, me avine a hacer esa entrevista, dejando claro que iba a ser a mi modo, lo que se tradujo en que el invitado, alguien por el que también siento simpatía y que nunca deja una pregunta sin responder, me reprochase amistosamente al terminar la charla: “Me has metido las gomas hasta el fondo, ¿eh?”

Qué y por qué

¿Qué hecho tan importante ocurría ese domingo 20 de junio de 2010 para que alguien, allá en lo alto, se empeñase en que había que contrarrestarlo con las declaraciones de aquel político? Han venido después tantos capítulos de la novela, todos con la vitola de históricos, que es probable que muchos no recuerden que en esa fecha se escribió uno de los iniciales y decisivos. En el Palacio Euskalduna de Bilbao la izquierda abertzale ilegalizada presentó, junto a Eusko Alkartasuna, un documento en el que por primera vez se apostaba por las vías exclusivamente políticas. El lenguaje no era tan contundente en el rechazo de la violencia como el que hemos escuchado después -ni siquiera se mencionaba a ETA-, pero la declaración marcó el comienzo de lo que todos esperamos que sea el camino sin retorno.

Y aquí viene lo que no me cuadra. Acabamos de saber, gracias a las acostumbradas filtraciones de lo supuestamente no filtrable, que para la víspera, 19 de junio, ETA tenía previsto asesinar al lehendakari Patxi López. Sólo un bendito error logístico lo impidió. ¿Cómo casan el mismo fin de semana dos acontecimientos de tan macabro signo opuesto organizados, si hacemos caso a la doctrina oficial, por la misma banda terrorista? Hagan sus cábalas.