Pido perdón por llegar al humo de las velas y cuando probablemente ya se ha dicho todo sobre el falso documental —o lo que fuera— con que Jordi Évole hizo morder el polvo a millones de espectadores el pasado domingo. Soy incapaz de resistirme a meter la cuchara en tan suculenta e ilustrativa polémica. Creo que es justo anotar de saque que el solo hecho de que el programa haya levantado semejante polvareda es la prueba irrefutable de su éxito, incluso más allá de la espectacular audiencia que cosechó. Habrá que dar tiempo al tiempo, pero no me extrañaría que dentro de equis se recuerde Operación Palace como hoy evocamos La cabina de Mercero o algunos capítulos de ¿Es usted el asesino? de Ibáñez Menta. Y será cosa de comprobar también cuántas de las trolas sobre el 23-F que se colaron en el espacio se dan por buenas.
Sostienen los enfurruñados críticos que es precisamente ahí, en la difusión de falacias que un día pueden ser tenidas por verdades, donde reside lo intolerable de la emisión de la crónica fulera del Tejerazo. Se comprende la prevención, pero me parecen mucho más graves las fantasías animadas de las versiones oficiales, que ni siquiera incluían un epílogo aclarando que todo era bola. ¿Qué más da que se líe un poco más la madeja?
No es la discusión ética la que más me interesa en este caso. Lo que le aplaudo a Évole, del que no soy fan ni de lejos, es que haya demostrado a sus propios parroquianos lo relativamente fácil que es que se la metan doblada. Sobre todo, si están dispuestos a creerse cualquier cosa que les plante ante los ojos su gurú catódico. Diría que esa es la lección.
Coincido contigo Javier.
La emisión de la patraña (dicen que preparada durante 3 años) no es más que un «espabila-conciencias». Y el descubrimiento final es la clave del mensaje, para el que lo quiera ver: «Si esto es una patraña y te la he colado, por qué no puede ser igual de patraña lo que nos contaron y, más, lo que siguen machaconamente insistiendo?».
El hecho de haber molestado a algunos es muy posible que sea por la no aceptación de esta posibilidad evidente. Les ha picado el culo en su silla que creían cálida, seca y acogedora.
Por otro lado, muy significativa la risita de superioridad de Ansón: Nadie como él para estos jueguecitos en las noticias, con su actitud de maestro de maestros del 4º poder, administrando la realidad- ficción de los otros tres poderes. E imprescindible su eleccion por Évole: No se podía negar por su protagonismo, y aportaba verosimilitud al engaño por su ampulosa imagen de seriedad derechona.
No es tanto gurú, sino al menos en mi caso, referente de un periodismo valiente y comprometido difícil de ver en los medios de comunicación actuales. Y si el reportaje falso del 23 F nos la coló a muchos y nos hizo recordar aquel dicho de » no te fíes ni de tu padre » salvado las distancias. No coincido políticamente con el y sin embargo le reconozco el mérito del periodista de raza. Ahora que está en el Olimpo de la información espero que no le entré el mal de altura.
El tema es que hizo algo que nos creyéramos todos o casi todos. Los escépticos porque nos reafirmaba, y los incautos porque tenía cierto tinte de verosimilitud. Yo no voy a entrar a la ética ni a la moraleja del asunto, pero debo reconocer que como ejercicio publicitario ha sido excelente, de manual, perfecto. Crea una expectativa para concitar atenciones, y tras ese número transgresor deja un poso para que quepan todas los estados de ánimo excepto uno, el de la indiferencia. Hacía mucho que no se hablaba tanto sobre algún contenido televisivo que tuviera enjundia (lo de los niños que quieren ser artistas o la belén esteban es nada con gaseosa)