Reitero que con o sin el contexto a beneficio de obra que ha circulado por ahí, soy incapaz de pillarle el punto a la ya tristemente célebre función que ha llevado injusta y arbitrariamente al trullo a dos titiriteros. En nombre de la tan mentada libertad de expresión, reclamo mi derecho a manifestar una opinión negativa sobre la pieza, incluso en términos de alto octanaje, como fue el caso de la primera columna que le dediqué al asunto. A quienes —es verdad, también en el correcto ejercicio de su libertad de juicio— me han puesto de vuelta y media dialéctica, trato de explicarles humildemente que mi reproche moral a un contenido y a unas formas que me disgustan no implica, bajo ninguna circunstancia, que esté de acuerdo con el atropello a que están siendo sometidos los artistas.
Juraría que lo dejaba claro en el texto anterior, pero ante la avalancha de dudas (muchas de ellas, hijas de prejuicios o de unas anteojeras blindadas, es igual), me subo al taburete, abro la ventana de par en par y proclamo a voz en grito que me parece una aberración inenarrable el encarcelamiento de los cómicos granadinos. Y para denunciarlo, no me hace falta traer de los pelos a Lorca, ni mucho menos, pegarme el moco cultureta de Polichinela, la cachiporra y la tradición ancestral. Lo primero, porque ya está bien de nombrar a Federico en vano, y lo segundo, porque esas martingalas de las costumbres inveteradas son las mismas que sirven para justificar el toro de la Vega o, mirando más cerca, la exclusión de las mujeres de ciertas representaciones festivas. El caso que nos ocupa es tan de cajón que sobra lo demás.
No es el caso enjuiciar la obra de guiñol desde un punto de vista artístico pues el arte es prueba constante, que por eso las compañías madrileñas hacen la gira «por provincias» para pulir la obra antes de su debut en la Villa.
Aquí es asunto de que quien se responsabiliza, o por eso cobra sus buenos maravedises, de la cultura en el Círculo Morado del Municipio, delega la gestión de organizar los eventos de Carnaval en un par de amiguetes suyos que cobrando también buenos doblones cometen la negligencia, torpeza o simplemente incapacidad, de contratar, entre otros espectáculos, a un grupo de guiñol a quien prometen unas perrillas, 1.000 euros, por representar una obra que han oido es graciosa y antisistema con el infantil desliz de anunciarla para público «inadecuado».
Ante el espanto de parte de la feligresía asistente, la de los maravedises manda a sus particulares cachiporreros , la poli municipal, a que detenga ipso facto a los de las perrillas y despide fulminantemente a los de los doblones, con la mala suerte de que un juez se toma en serio tal despliegue de «fuerzas del cambio» y enchirona a los pringadillos.
Como remate la Reina Madre de la Villa y Corte califica, a los tres días, de deleznable la obrucha, mantiene en su cargo a la de los maravedises y habla de lo malo que es el ¡¡PP!!
El circo siempre fue circular y sus estrellas los payasos, por eso deben de ser los momentos tan divertidos que nos procuran esta amalgamada e ilustrada gente, aunque les rogaría hicieran risas con sus carencias y no con la libertad personal de los demás.
Un abrazo para esos dos actores que encima ni han cobrado lo prometido.
Yo iba a decir algo pero desisto, ya que usted (Sr.Vizcaíno) tiene a bien censurar la mayor parte de mis comentarios sin ninguna explicación, a pesar de que los considero escritos con absoluta corrección (en todos los sentidos).
Una corrección del carajo de la vela, sí. No, mire. Aquí, debatir, lo que quiera; faltar al respeto, no. Y lo siemto mucho porque sus aportaciones, esté o no de acuerdo, enriquecen el blog.