Empiezo a teclear a las 9 y 7 minutos de la noche del sábado, 21 de octubre, tras la comparecencia del todavía president de la todavía legítima Generalitat, Carles Puigdemont. Un mensaje en el que, como toda respuesta al anuncio del ataque más brutal contra las instituciones propias de Catalunya, apenas se han enhebrado media docena de lamentos y algo parecido a la convocatoria de un pleno del Parlament —amenazado de inminente secuestro— para, ya si eso, ver qué se hace.
Allá quien quiera engañarse. Puigdemont ha dicho exactamente nada. Nada en catalán. Nada en castellano. Nada en inglés. Nada, digo, en comparación con la batería de medidas concretas que, horas antes, había puesto sobre la mesa el Estado español a través del presidente de su gobierno. Destitución del Govern al completo y sustitución de sus miembros por unos administradores de fincas de probada rojigualdez, conversión del Parlament en una cámara de la señorita Pepis, intervención de las cuentas —la pela es la pela, más en Madrid que en Barcelona— y, cómo no, toma al asalto de los medios públicos de comunicación. Un virreinato en toda regla, edulcorado con la promesa de la convocatoria de unas elecciones en las que deben ganar los buenos.
Cabe cualquier reacción menos la sorpresa. Solo desde una ingenuidad estratosférica o desde una ceguera sideral se podía esperar que el primer paso atrás lo diera España. Bastante era que, durante un tiempo que para el ultramonte cañí ha sido una eternidad, Rajoy haya hecho como que hacía de él mismo. Si ha esperado, ha sido para cerciorarse de que le salen las cuentas. Y le salen. ¿Y enfrente?
Lo vuelvo a repetir… Sueños húmedos del cuanto peor mejor y la creencia desatada de que España no tiene dientes. Vaya, sí los tiene. Han estado ahí siempre, el ordenamiento constitucional español (como el alemán, el francés, el italiano, el estadounidense, y de casi todos los países que tienen una constitución escrita) permite el uso legítimo de la fuerza ante la secesión. ¿Cómo han conseguido la independencia tantos países, entonces? Pues claro… con apoyos PREVIOS internacionales de potencias dignas de ese nombre. El pensamiento mágico de que bastaría con la visión de unos porrazos policiales para, milagrosamente, conseguir ese apoyo a posteriori es de cachondeo. Cuando el argumento básico es un tanto tal cual que este: «cualquier pedazo de país tiene derecho a decidir por su cuenta, cuando le salga de las narices, saltarse el ordenamiento actual» por supuesto que estaba condenado a no funcionar. ¿Qué país va a apoyar eso? ¿Liechtenstein y San Marino, porque son demasiado pequeñas y no tienen regiones formadas que pudieran aducir eso mismo y provocar crisis masivas?
Pero es que no aprendemos… ¿Os acordáis de cuando Estrasburgo iba a dar carpetazo a la ilegalización? ¿Y dijeron que había una necesidad social evidente para dicha ilegalización? Y es que hay mundo, MUCHO MUNDO, más allá de las burbujas de cada cuál.
Pero, claro. Echar abajo el gobierno Rajoy, pringarse en una reforma constitucional que no habría conseguido el reconocimiento de la independencia, pero habría dado pasos en la buena dirección, un coste demasiado grande.
No es glamuroso. No es lo que les pide el cuerpo.
Lo que les pide el cuerpo ha reforzado para la próxima década, por lo menos, el ultramontanismo español, mandado al carajo las posibilidades de un gobierno alternativo, ahogado la situación social.
«Bueno, pues molt bé, pues adiós.»
Con sus patatas se la coman. Mi simpatía no va por los suicidas que eligen tirarse y encima dañar a los que pasan.
No ocurrirá pero… ¿si se presenta otra vez puigdemont con todo JXSI y ganan las nuevas elecciones? Menudo descojono íbamos a tener.
No hace falta ser catedrático en derecho constitucional para saber que la constitución de 1978 no tiene legitimidad democrática en Catalunya ni en Euskadi, es nula, no fuimos libres para decidir si queríamos estar dentro de España o fuera, los españoles nos dijeron, estos son los limites, si quereis bien y si no nada, cera de la buena, chantaje puro y duro. No decidimos entre todos como dicen machaconamente desde las posiciones españolistas y repite como un loro el señor Tusk presidente del Consejo de Europa, mienten. Tenemos que denunciar a España en los tribunales internacionales.