Mi animal mitológico favorito empieza a ser el nuevo estatus vasco. Y cuando digo vasco, quiero decir de los tres territorios de la demarcación autonómica. El baño de realismo empieza por ahí. Si nos diera por ampliar el espectro a Nafarroa, y no digamos a Iparralde, nos encontraríamos con la aritmética totalmente en contra. Como a la fuerza ahorcan, quienes no hace tanto se enrocaban en el Zazpiak bat o nada acabaron cayéndose del guindo y aceptando que cada trocito del mapa tiene sus ritmos. Eso, claro, haciendo precio de amigo y no reventando del todo el globo de la ilusión, porque si somos una gotita sinceros con nosotros mismos, sabemos perfectamente que pueden pasar decenios antes de que en el norte el soberanismo deje de ser incontestablemente minoritario. En cuanto a la Comunidad foral, y sin negar los avances de los últimos tiempos, la correlación de fuerzas sigue siendo favorable a lo que hemos dado en llamar unionismo.
Resumiendo, la única posibilidad de emprender el camino hacia Ítaca pasa por encontrar un acuerdo amplio en la CAV. ¿Acaso no era lo suficientemente amplia la mayoría que sumaban PNV y EH Bildu en el acuerdo inicial? De cara al objetivo perseguido, no, salvo que pretendiéramos excluir a una porción enorme de la sociedad a la que decimos escuchar. En cualquier caso, y como nos enseña para bien o para regular el ejemplo catalán, no estamos ante una cuestión de puras matemáticas. Qué va, ni siquiera de justicia. Aunque pensemos que la razón está de nuestra parte, el terreno de juego es el que es. Se impone actuar con pragmatismo. Y mejor hacerlo ahora que dentro de otros quince años.
La obsesión con lo perfecto, que solo existe en delirios platónicos, frente a lo suficientemente bueno, que puede crearse en la realidad y, ¡Fijaos! hasta mejorarse luego.
Pero, claro. Preséntale tú eso al electorado ávido de soluciones simples. Quizá poder presentar complejidades sea el súperpoder de Urkullu, al final. Súpergris, el super héroe que no gusta pero hace lo que hay que hacer frente a los Vacuomen, mucha fachada y nada de contenido.
Visto desde fuera, percibo que hay argumentos a favor y en contra del nuevo estatuto:
* A favor:
-Estamos hablando del único estatuto de autonomía no reformado.
– La sociedad ha cambiado y han aparecido nuevos derechos y realidades que habría que incorporar.
-Corrección de algunos errores del Estatuto de 1979: como dijo un profesor mío, ¿por qué habla de pesca lacustre si no hay lagos en el País Vasco?
*En contra:
– Quedan ¿38? transferencias pendientes y por ello ¿que sentido tiene pedir una reforma del Estatuto? (podría argumentarse que justamente un motivo por el que no han sido transferidas es el temor del Gobierno español a que luego se pidiese más).
– La experiencia catalana. Aquí ya no habría una sentencia del constitucional posterior a un referéndum sobre el nuevo estatuto vasco porque creo que ya se ha reinstaurado el recurso previo de inconstitucionalidad. Pero ya sabemos el cacao monumental montado en tierras catalanas, donde un estatuto francamente amplio, salvo en cuestiones fiscales, no sirvió para nada, y la división y el enconamiento son el pan de cada día. ¿De veras que se quiere llegar a la situación de ver un nuevo estatuto vasco recortado (antes o después de un referéndum, da lo mismo a estos efectos)? ¿Quién sería el guapo/la guapa que gestionaría eso?
–La falta de consenso: sabiendo que los noes y las abstenciones vendrían de los mismos sitios (Herri Batasuna y Alianza Popular en 1979, y EH Bildu y el PP en 2019 –con todos los matices que se quiera, el principal de los cuales, creo, es que Garaikoetxea, de EA, negoció el de 1979, y ahora EA está en EH Bildu y estaría en contra–), sigue sin concitarse una mayoría más rotunda en favor de un nuevo estatuto. Y la razón de ser de los estatutos es justamente servir de herramienta para todos.
— El difícil encaje del derecho a decidir y la plurinacionalidad, que parece que están incluidas en el nuevo estatuto, dentro de la Constitución. El lehendakari hablaba ayer, siguiendo la postura clásica del PNV, de hacer una interpretación flexible para que todo pivote en torno a la disposición adicional primera de la Constitución (pero se deja siempre el 2° párrafo que Arzallus calificó en si día de «embudo») y la adicional del Estatuto de Gernika de no renuncia de los derechos. Dicho encaje veo que excede la interpretación flexible, a mi modo de ver, para acabar retorciendo lo que dice la norma.
¿Y entonces?
Este humilde comentarista se permite surgir una fórmula: ¿por qué nadie recoge la fórmula Olarra (acaben de leer, no sé me escandalicen antes de tiempo) de la disposición adicional 1a de la Carta Magna, presentada en el Senado en 1978 en la recta finalísima del proceso constituyente? Les recuerdo más o menos: UCD, con Olarra de muñidor inesperado, propuso 4 fórmulas, el PNV acepta una, todo el mundo a favor («hasta los senadores militares de designación real» –que los había entonces–, decía Olarra)… y Abril Martorell, factótum de UCD, se enroca y ordena dar marcha atrás. ¿Qué pasó? ¿Había unas ganas tremendas de acabar y que todo estuviera «resuelto» antes de 1978 era la prioridad? ¿Llamadas de Moncloa impidiéndolo? A saber… Pero se perdió la posibilidad de incorporar al sí a la Constitución del PNV, con todo lo que habría supuesto.
(Nota: a lo último se puede decir que Convergencia votó a favor de la Constitución, y ahora su marca heredera está en contra de la misma, pero yo –qué quieren que les diga– veo actualmente bastante más serio al PNV que a la formación catalana.)
Pragmatismo si. Conceder derecho a veto con chulería incluida a un pse con 9 de 75 no.
Principio de dignidad.