Verdaderamente, unas imágenes de lo más entrañables. Iván Espinosa de los Monteros y Pablo Iglesias intercambian chascarrillos y se descuajeringan vivos. Cierto, también se carcajea Inés Arrimadas, pero a los efectos de esta columna, permítanme que la obvie, como han hecho con el partido que medio dirige en funciones cuatro quintas partes de sus votantes. Lo que haya de comentable, denunciable o defendible —ustedes lo decidirán— está en el compadreo que exhiben, se diría que impúdicamente, el máximo dirigente de Podemos y el lugarteniente de Abascal. Sin olvidar, claro, el marco del posado-robado: los fastos por el 41 aniversario de la Intocable Constitución española en el mismo Congreso de los Diputados donde el partido liderado por el residente en Galapagar reclamaba a todo trapo un cordón sanitario sobre Vox.
Y sí, lo valiente no quita lo cortés. La de veces que nos habrá tocado en esta vida fingir jijí-jajás ante fulanos que nos dan cien patadas, bendita hipocresía social que nos evita, supongo, estar a hostia limpia todo el rato. Pero hasta ahí debe haber límites. Hay individuos frente a los que la única actitud decorosa que procede es la indiferencia; fíjense que ni siquiera digo la muestra abierta de desprecio. Más, si como ha sido el caso de Iglesias, se ha venido liderando la campaña de invectivas, cagüentales, sapos y culebras contra la formación del sujeto con el que luego se va a partir uno la caja en público. “¡Al fascismo se le combate!”, proclaman machaconamente las huestes moradas. Jamás se nos hubiera ocurrido pensar que la estrategia para derrotar al declarado enemigo fuera matarlo de risa.
Al final van a ser sólo PNV y Bildu quienes traten a Vox como se trata al fascismo a quienes no se da ni la mano.
No son simples rivales políticos. A todo rival político se le respeta. Con mayor o menor esfuerzo pero se le respeta. Estos son fascistas. Fachas. Gente con una lista de odios tal que les hace incompatibles con ser respetados en una sociedad mínimamente sana.
Las huestes moradas proclamaban muchas consignas revolucionarias cuando todavia deambulaban por la puerta El Sol
Eran la anticasta pura y los asaltadores del cielo.
Enseguida tras sus primeras elecciones cambiaron de escalera, piso, coche y la madre que lo parió, y sus círculos morados por lineas de cualquier color, y lo mas rectas posibles para llegar pronto al firmamento a cualquier precio.
Iglesias da mucho juego y eso que acaba de empezar.
De momento en Galapagar hace menos frío que en Vallecas, a ver lo que le dura esa chaqueta ya famosa.