Por si no me he expresado bien o no se han entendido mis dos columnas anteriores sobre el inicio de la vacunación, aclaro que no tengo nada en contra. Vamos, ni de lejos. Sostengo que es un logro y que todos debemos ponérnosla con la misma firmeza que defiendo que me sobran la propaganda, las caralladas sentimentaloides, el politiqueo de todo a cien y la desmedida transmisión de expectativas. Diría, de hecho, que esto último es lo que más me preocupa. Si a bastantes de nuestros congéneres les hace falta poco para saltarse las normas de seguridad más elementales, la propagación de la idea de que tenemos al bicho a punto de ser fumigado puede ser letal.
Me gustaría exagerar, pero creo que hay la suficiente bibliografía presentada para temerse lo peor. Demasiadas veces a lo largo de esta pandemia la conjunción de unas autoridades que están a por uvas y la tendencia del personal a pillar siempre lo ancho del embudo han provocado comportamientos nada deseables. Hay un ejemplo de parvulario: las mascarillas. En todas las letanías nos repiten que debemos usarlas, pero se pasa por alto que hay quienes no se la cambian en semanas o fían su protección a un trocito de tela de colores. Y por si faltaba algo, ahora son moda esas transparentes —¡homologadas!— a través de las que se puede beber. Hagan la prueba.
De hecho, la situación ya está regular porque la cepa inglesa sí tiene cada vez más signos de ser más contagiosa. Siguiendo con aquella metáfora que usé, tenemos la costa a la vista del bote, pero os remeros están saltando al agua en un sálvese quien pueda y, además, acaba de levantarse marejada.
La mayor parte nos salvaremos, pero muchos que podrían haber vivido más años no lo conseguirán.
Y la gente se indigna en cuanto le señalas el colorario, que estamos cometiendo homicidio imprudente. Es curioso que sea la misma gente que no para de señalar a los empresaurios. Que sí, que también lo están haciendo por unos míseros euros de pacotilla, una monstruosidad de egoísmo. Pero tú, que no te aguantas la mascarilla ni puedes postergar esa reunión unos puñeteros meses porque «es que la abuela estará sola en navidad», ¿Te das cuenta de que estás actuando exactamente igual?
Pues sí, Javier; aquí, con el tema de las vacunas, creo que habría que gravar a fuego en todos los despachos políticos y en la fachada de todas las administraciones (je, je, ¡con lo que nos gusta poner pancartas con mensajes melifluos e institucionales!), la frase aquella que creo que patentó Disraeli: “HAY QUE ESPERAR LO MEJOR Y ESTAR PREPARADO PARA LO PEOR”. Si las vacunas no funcionan todo lo bien que se espera o el virus nos da “una larga cambiada” con alguna mutación la desmoralización general puede ser brutal y las autoridades, si fuesen responsables, que en su mayoría no lo son, deberían intentar preparar a la población para un un posible “baño de realidad”. ¡Hago votos por equivocarme!
Leo hoy que preocupa el rechazo a vacunarse entre parte del personal de residencias. Lo cojo con alfileres porque tampoco sé cuánto hay de sensacionalismo o mala leche en la noticia.
Pero en el supuesto de que fuera cierto y fuera significativo me pregunto si no es motivo de despido, procedente, por supuesto.
No se puede obligar a nadie a vacunarse. Cierto. No tampoco, por ejemplo, a ponerse unos guantes de plástico. Si crees que el latex te va producir cáncer de piel…no te pongas guantes. pero…entonces no podrás trabajar, un suponer, como manipulador de alimentos.
Claro que las mascarillas son efectivas, desde siempre se han usado en hospitales, y un poco menos en centros de trabajo o tajos, unas para evitar contagiar virus y demás infecciones, y otras para evitar intoxicaciones de productos químicos o polvorientos.
También es verdad que mientras en los hospitales los sanitarios llevaban a rajatabla su uso, no así en el resto de actividades, y no hace falta preguntar el por qué.
Las vacunas han hecho desaparecer o paliar multitud de enfermedades como La Rabia, Polio, Sarampión, Tuberculosis, Meningiti, Tétanos, Neumonías, etc, etc,etc.
¿Cómo se probaron esas vacunas? ahí está el dilema.
También ha habido medicamentos de triste recuerdo como la Talidomida o el BIA 10 – 2474.
Así que el miedo o recelo ante algo nuevo es totalmente comprensivo.
Y las noticias sensacionalistas que nos llegan de un bando y del otro no ayudan demasiado a perderlo.
Tienes razón Javier.
Lo de las mascarillas tiene guasa, lo cual no deja de ser lamentable.
De ser un elemento protector, al parecer imprescindible ante la prapagacion del virus, se ha convertido en un «artículo de moda». Parece que todo los materiales sirven para impedir el paso del virus, y cualquier forma es la adecuada.
Y yo no me lo creo. Hace poco presencié una escena en una farmacia. Una madre estaba comprando una mascarilla para su hija y todos los comentarios y preguntas que escuché fueron sobre «si gusta cariño», «si que va bien», «si va a juego con el vestido», como si estuvieran comprando, por ejemplo, unos zapatos. En ningún momento oí preguntar por si estaban homologadas, qué nivel de eficiencia garantizaba, o preguntas similares.
De verdad me dio pena que fuera más importante la estética que la eficacia de la mascarilla que necesitaban comprar.
Me suena a lo del cumpli-miento. CUMPLO con la obligación de usar mascarilla, pero MIENTO en lo que me interesa, que es la eficacia de la mascarilla, pero que me vean guapo/a con ella puesta.
Lo de las mascarillas es más bien incontrolable. Por un lado hay que suponer que las certificaciones que da el fabricante son correctas. Pero también que se usen de acuerdo con las especificaciones. Las desechables son de usar y tirar como su nombre indica. Y las reutilizables, que se usen debidamente con los lavados correspondientes. Nada de esto se puede comprobar, corresponde a cada cuál hacer lo correcto.
Por varias razones prefiero las reutilizables de tela (y de colores chillones, por qué no). Sus valores de filtración son similares y medioambientalmente las ventajas son obvias. Además mis prejuicios me hacen confiar más en una certificación española que en una china (la mayoría de las desechables son chinas y la mayoría de las reusables son de aquí).
Las transparentes si de verdad existiera un tejido transparente no vería problema, pero esas de rejilla con sus agujeros tienen que ser de broma. Es imposible que filtren nada.