Me resulta un inmenso misterio el miedo cerval que despierta una expresión tan inocente como “Derecho a decidir”. Es mentarla y provocar rayos y truenos dialécticos en los moradores del Olimpo que se tienen por la flor y nata de la tolerancia democrática, la justicia, la libertad, la convivencia y todos los grandes palabros que se pronuncian con inflamación pectoral y mentón enhiesto. Ocurre, me temo, que todos estos paladines de la rectitud son la versión crecida de aquellos niños con posibles que exhibían la propiedad del balón como salvoconducto ventajista. Si no aceptabas su criterio, lo cogían bajo el brazo y se lo llevaban. Cambien la pelota por el marco legal y verán que seguimos en las mismas. O se juega con sus reglas o no se juega.
La penúltima martingala estomagante de los monopolistas de las normas es recitar como papagayos que el derecho a decidir no existe. Más allá de las explicaciones documentadas que les podría aportar cualquier jurista que no sea de parte ni pretenda engañarse al solitario, tal afirmación supone una notable mendruguez. Si vamos a la literalidad, resultaría que tampoco el derecho a la vida, por poner el más obvio de todos, existe como tal. No crece en los árboles, ni se extrae de las minas. Es, como todo el corpus legislativo, una creación humana que ha adquirido carta de naturaleza por consenso mayoritario, ni siquiera unánime. Si prescindiéramos de los dramatismos interesados y exagerados o de los maximalismos obtusos, el caso que nos ocupa no es muy diferente. Claro que para aceptarlo es imprescindible la honestidad de asumir que decidir no necesariamente implica secesión.
Solución?… Étienne de la Boétie dijo: Resuelve no servir más y serás inmediatamente libre. No digo que levantes tu mano contra el tirano para derribarlo, sino simplemente que no le apoyes más…luego verás cómo, igual que un “coloso” cuyo pedestal ha desaparecido, cae por su propio peso y se rompe en pedazos.
Te veo muy iuspositivista. Yo también. El iusnaturalismo (la afirmación de unos derechos preexistentes a su declaración o institucionalización por parte del poder político o de la sociedad) tiene un peligroso tinte cuasi religioso.
En el libro de Mª Antonia Iglesias «Memoria de Euskadi» (creo que es el nombre), Xabier Arzalluz decía algo interesante; se refería a los debates previos a la Constitución y dice que «intentamos meter el derecho de autodeterminación pero nos dijeron que no era aplicable al caso vasco y tenían razón y fuimos por la vía de los derechos históricos».
Efectivamente, del derecho de autodeterminación de los pueblos es una figura que surge a finales de XIX, primeros del XX en el marco de los procesos de descolonización de las grandes potencias europeas y los casos vasco y catalán no son para nada casos de colonialismo. No somos colonias españolas.
Eso no implica negar el conflicto político pero no es un conflicto colonial (de haberlo sido…seríamos ya independientes como lo fueron el resto de colonias) y errar en el diagnóstico no ayuda a resolver nada.
El «derecho a decidir» siendo una figura un tanto vaga y no muy rigurosa desde un punto de vista jurídico creo que plantea la cuestión de una forma bastante atinada.
Se trata simplemente de respetar un principio democrático básico y elemental. Algo que debe informar toda democracia. Hay que procurar que los deseos o aspiraciones mayoritarios de una comunidad determinada puedan llevarse a cabo, puedan materializarse.
No será fácil y hay muchas cuestiones que tener en cuenta (es decir…no vale eso de que «es un derecho…y los derechos no se debaten, se respetan y ya»…eso es iusnaturalismo y es tan simplón que chocaría con otro que dijera que también es un derecho de los españoles decidir sobre parte de su territorio y que eso tampoco se discute) pero hay que trabajar para ello y no poner vetos, pegas o muros legales.