Por segundo miércoles consecutivo, un diario capitalino de la diestra asilvestrada consigue escandalizar a los de cutis más fino y escala de valores más movediza. Repite, además, fórmula funeraria. Si hace siete días el rasgado de vestiduras fue por la publicación de unas hileras de féretros, esta vez basta con la imagen de un solo fallecido. Sobre la cama de una habitación que no oculta su humildad, casi su miseria, yace un cadáver descalzo y con la tripa descubierta, mientras dos sanitarios certifican el óbito en segundo plano. Sin duda, es una instantánea impudorosa en cada uno de sus detalles.
Entrando en el juicio de intenciones a través de la bibliografía ampliamente presentada por el medio —el mismo que aireó los bulos obscenos sobre los atentados del 11-M—, no es descabellado atribuir a la imagen un propósito perverso, más allá de lo puramente periodístico. No creo, sin embargo, que se pueda llegar más allá. No, por lo menos, sin dejar a la vista una inconmensurable hipocresía. Más, si los que ahora hablan de falta de respeto y morbo innecesario son exactamente los mismos que consideraron altísimamente oportuno reproducir hasta la náusea la foto del niño Aylan ahogado en la playa tras el naufragio —eso ya no lo contaban— de la barcaza de su padre, traficante de seres humanos.
Que quieres que te diga, Javier; yo ya quedé inmunizado ante este tipo de imágenes desde la 1.a Gerra del Golfo, cuando se distribuyó «urbi et orbe», como prueba de las «maldades» de Saddan Hussein, la imagen de un pobre pelícano rebozado de petroleo, catástrofe ecológica provocada, supuestamente, por la destrucción por parte del «prototirano» de los pozos petrolíferos de Kuwait. Luego se demostró que la imagen había sido tomada en la costa este de los EEUU durante la catástrofe provocada por el naufragio del Exxon Valdez. Pero bueno, que la VERDAD no te estropee una buena foto ni una sucia campaña de propaganda. Así vamos.