Modorra electoral

Casi sin darnos cuenta, los ciudadanos de los tres territorios de la demarcación autonómica estamos oficialmente en la campaña electoral más extraña de nuestras vidas. Incluso a los muy cafeteros de la política nos resulta un esfuerzo titánico enfrentarnos a la sensación de irrealidad o a la tentación de quedarnos al margen. Ocurre que ni podemos ni debemos. Las urnas del 12 de julio son cruciales. Puesto que, echando la vista atrás, se encuentra uno con una buena colección de periodos delicadísimos, no me atrevo a decir que serán las más importantes desde la muerte de Franco, pero es obvio que de ellas saldrá el gobierno que tendrá que lidiar con una época inédita, plagada de incertidumbres y dificultades sin cuento.

Lo curioso —o quizá lo terrible— es que, siendo así, al mirar alrededor no se percibe ni remotamente algo parecido a interés en quienes deberíamos determinar ese futuro con nuestra papeleta. ¿Va a ser verdad que la sociedad vasca no está para elecciones, como pregonaban los heraldos del apocalipsis? Pues quizá sí, pero en el sentido estrictamente opuesto al que aventaban los profetas. Mirando playas, terrazas y carreteras no parece que sea el temor a las consecuencias sanitarias y/o económicas el causante de la escasa tensión electoral. ¿Será indiferencia monda y lironda? Pues qué miedo.

Apáticos

Los que vieron la botella casi llena corrieron a titular que el EPPK da por finalizado el conflicto armado y reconoce el daño generado. Los que la vieron prácticamente vacía destacaron en caracteres gruesos que, además de reclamar la amnistía, los presos de ETA —nótese la diferencia nominal— repudian la vía del arrepentimiento. No podemos hablar exactamente de empate porque la segunda versión se difundió en un número mayor de medios. En todo caso, eso queda para la estadística o las hemerotecas. Si vamos a lo que importa o debería importar, que es la opinión de la sociedad, comprobamos que prácticamente nadie vio ninguna botella. Esa noticia, que llegó a las primeras planas sólo porque el fin de semana no dio más de sí y por las inercias de las que no escapamos los periodistas, pasó desapercibida para el común de los ciudadanos vascos. La renovación de Bielsa o el concierto de Bruce Springsteen en Donostia dieron bastante más que hablar.

Podríamos, como de hecho están haciendo los representantes políticos, enfrascarnos en un tira y afloja de declaraciones y contradeclaraciones sobre si el texto es decepcionante, esperanzador o mediopensionista. Los únicos frutos serían —son— más titulares con entrecomillados que se olvidan un segundo después de ser leídos. Una vez más, los árboles nos impiden ver el bosque. Seguimos sin darnos cuenta de que, más allá de la evidencia de la ausencia de atentados o extorsiones, la principal consecuencia de lo que llamamos “nuevo tiempo” es un apabullante desinterés social por esa cuestión que nos ha costado, literalmente, tanta sangre, sudor y lágrimas. Sólo para las personas que están o han estado en la primera línea resulta un asunto candente. El resto ha pasado página.

Ni siquiera merece la pena hacer un juicio de valor sobre esta apatía. Es más práctico tomar conciencia de ella y tener claro que las sobreactuaciones ya no impresionan a casi nadie.