Que si galgos, que si podencos. Unilateralidad, bilateralidad. Cara o cruz. Piedra, papel, tijera. Pues tú más. ¡Ja, mira quién habla! ¿A que…? ¿A que qué? Y como tanto les gusta citar a los columneros cavernarios —vayan acostumbrándose, por si acaso—, en la grande polvareda, perdimos a don Beltrán. El sentimiento independentista en mínimos históricos. Según el último Sociómetro, y tras un escalofriante bajón de 11 puntos en dos años, no llega ni al 20 por ciento de los censados en los tres territorios de la demarcación autonómica. Calculen a ojímetro los del trozo foral y, si les alcanza el ánimo, los de Iparralde, y tendrán una composición de lugar de lo verde que está el asunto. Si esos que llamamos unionistas no fueran tan obtusos, convocarían mañana mismo la consulta para ganarla por goleada. Aún habremos de dar gracias a su cerrilidad, que es lo único que mantiene viva la llama en los más recalcitrantes.
¿La culpa? Elijan entre Gabinte Caligari o Def Con Dos. El chachachá o Yoko Ono. Siempre está el de enfrente para cargarle el muerto. Pues nada, sigamos en Bizancio, erre que erre, con broncos debates apoyados, según toque el día, en la historia, el derecho internacional comparado o lo que le salga a cada sigla de la sobaquera. Si va de esgrima dialéctica o de quedar bien ante la parroquia, perfecto. Por lo demás, tanto dará que la fórmula para cortar amarras sea por las bravas o hablándolo civilizadamente con el dueño de la llave, cuando a la hora de la verdad, los números simplemente no alcanzan ni para echar a andar. Mucho menos, claro, si los que están dispuestos se dan la espalda.