Pues no, petulante y encantadísimo de conocerse señor vicepresidente del gobierno del Reino de España, lo del error que no volverá a ocurrir no cuela. Comprende uno que en su meteórico viraje de amenazar con la guillotina a rendir cortesana pleitesía a la borbonada haya querido adornarse con un homenaje al Campechano, pero su acto de contrición tras haber votado en contra de la publicación de la hoja de servicio del matarife Billy el Niño no va a evitar el autorretrato de la acción inicial. Usted, yo y el que le saca el polvo a su mesa de caoba sabemos que de no haber mediado el torrente de indignación por su traición a las víctimas del torturador (y en general, a cualquier persona con un gramo de decencia), no habría habido lugar a esa rectificación innecesariamente posturera.
Con qué clarividencia, maese Iglesias Turrión, advirtió a sus mansos conmilitones de que venía un tiempo de tragar sapos. Va camino de récord de ingesta de batracios en menos de un mes de gabinete compartido. Estuvo fina hace unos días, porque le conoce de largo y de ancho, su levantisca compañera Teresa Rodríguez al recordarle unas palabras de Sabino Cuadra: una cosa es tener que tragar sapos y otra decir que nos gustan los sapos. Y ahí enlazamos, no tanto con usted como con su patulea de lamelibranquios que antes de que saliera a dar marcha atrás, se dedicaron a la jabonosa justificación de lo injustificable. Sostiene Iñaki Galdos, de quien he tomado prestado el apunte anterior, que los pelotas andarán deseando ser tragados por la tierra, pero yo me permito dudarlo.
Un saludo final, por cierto, a su progresista socio, que no rectificará.