Rosa no vive en Vilna

Ya es mala leche que el mismo día que me ponía Rottenmeyer a cuenta de los bulos virales, estas manitas que teclean fueran las involuntarias lanzadoras de uno. Ocurrió que me encontré con la lista de los europarlamentarios amorrados al pilo del ya célebre fondo de pensiones gestionado por una panda de buitres, por sus siglas, SICAV. Corrí a la D de dedo para certificar la presencia de cierta regeneradora de la política que lleva más de treinta años viviendo —y muy bien, por cierto— de la ubre pública. Y allí estaba, como siempre que hay un momio: Díez González, Rosa. Al lado, una dirección, presuntamente la suya, ¡de Vilna, la capital de Lituania!

Escarmentado en carne propia y ajena de los juicios precipitados, como tantas veces que tengo una duda, me fui a Twitter a preguntar —se lo juro, solo a preguntar— si alguien sabía por qué esas señas tan lejanas a Sodupe figuraban como las de la fáctotum del chiringuito magenta. Las interrogantes se perdieron en el colosal aluvión de retuits de mis palabras. En cinco minutos nueve de cada diez replicantes proclamaban sin pararse en barras que la denunciadora de corrupciones se había buscado un apaño en la república báltica para defraudar al fisco de su amada nación española. Conociendo el percal, verosímil… pero falso de toda falsedad, como me demostró un buen samaritano que tras bucear en los procelosos archivos del europarlamento, localizó la fuente del error. En el orden alfabético, Rosa Díez sigue a un escañista lituano al que pertenece la dirección de marras. Una cantada en la transcripción. Definitivamente, Twitter lo carga el diablo.

Las sandalias de Mujica

En Montevideo acaba de entrar el invierno. Aunque no se espera que sea especialmente riguroso, en estos primeros días, la temperatura media ha rondado los 10 o 12 grados. Muy llevaderos, seguramente, pero no tanto como para invitar al pantalón a tres cuartos de pantorrilla ni a las sandalias sin puntera ni talón que lucía el presidente de Uruguay en la foto que da lugar a estas líneas. Corrió como la pólvora por Twitter bajo la leyenda “Pepe Mujica aguardando su turno en un hospital público”, que algunos fueron apostillando según sus gustos y obsesiones predilectas: “Nunca veréis hacerlo a Rajoy”, “Para que aprendáis la diferencia entre lo que es casta y lo que no”, “Inmensa lección”, y ditirambos del pelo. Lástima que, una vez más, el derroche de épica, lirismo y ortografía manifiestamente mejorable no estuviera sustentado en hechos reales.

La instantánea no fue tomada en ningún centro sanitario, sino en unas dependencias del parlamento uruguayo —no muy lustrosas, es cierto— donde el entrañable Mujica había acudido al juramento de su nuevo ministro de Economía. Había ocurrido hace seis meses, en el verano austral que daba sentido al atuendo informal del presidente, que no obstante, por el contraste con la solemnidad de la ocasión, llamó la atención de la prensa de su país. Una mínima incursión en Google les hará llegar a la noticia original, aunque les prevengo sobre algún primer plano no demasiado agradable de las uñas de los pies del austero mandatario.

Los que se vinieron arriba con el panfleto no aceptan que tragaron como panchitos. Alegan, echándole un par, que podía haber sido verdad.